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Temas
Os presentamos el memorial de Manuel Gomis en esta estupenda recopilación de textos del autor:
«San Pablo consideraba la creación como testimonio de la propia conciencia. Esta idea se
verá libre de trabas y alcanzará una fecundidad
prodigiosa, cuando en el siglo XIII, en una apoteosis de la escolástica, se afirme que “el hombre
es imagen y semejanza finita de un Dios infinito,
omnipotente y creador”. Conciencia y libertad conducirán a una nueva ordenación, inteligente y original, fundamento de la creación. La luz contra la
oscuridad, el equilibrio ante el caos.
Con la naciente modernidad vendrán los sabios.
Burilan desarrolla la teoría del “libre albedrío” o
el “determinismo” en la fábula del asno, y avanza
ante la indecisión. Un asno con hambre y sed es
incapaz de elegir entre un celemín de cebada y un
cubo de agua. Bacon inicia el método experimental
con su Novum Organum. El archiduque Casimiro
Alberto de Sajonia Teschen reúne, colecciona, ordena y protege todas las bellas artes. Y, por fin, la
plena sapiencia, la mente, la inteligencia y el genio
de Descartes. En su Discurso del Método propone
y defiende “una ciencia universal que eleve nuestra
naturaleza a su más alto nivel de perfección”. Mecenas y sabios caminarán juntos: Luis XIV,
Federico II o Carlos II y Galileo, Leibnitz o Newton
protagonizarán la historia.
La Revolución Francesa, aún con un genocidio inútil y una estéril lucha de poderes y conciencias, da
pie al nacimiento del hombre moderno y sus derechos. La repulsa a los viejos enciclopedistas se
saborea en la boca de Robespierre: “Esta senda
quedó siempre por debajo de los derechos del
pueblo”. Vamos hacia la secularización y democratización de la cultura. Pero, a la vez, el sabio es poseedor y revelador de la verdad, y esta es su gran
misión para el infinito tiempo desde el presente al
porvenir. Entre los que dan este testimonio aparece Don Pedro de Mata y Fontanet, médico, político y diletante, un sabio del siglo XIX. Como él,
Bernard, Virchow, Haeckel… Y, junto a ellos, la idea
voladora de Hegel: “Ha llegado el hombre a reconocer que el pensamiento debe regir la realidad
espiritual”.
Don Pedro Laín encuentra en la mente de un sabio
del siglo XIX a la razón científica como “el único
camino real”. Las verdades científicas son la verdad
por excelencia, la verdad necesaria y absoluta.
Para ellos, “la suprema dirección de los pueblos”.
Paulatinamente vamos descubriendo, siguiendo el
esquema de Laín, el sabio-sacerdote o al sabio-acólito, al sabio-revelador (de la verdad) o al sabio-creador (funciones de variable imaginaria o geometrías
no euclidianas), al sabio-redentor y, más próximos
a nosotros, al sabio-deportista y al sabio-mercenario.
Del sabio-deportista dice Laín que “alegre y deportivamente, sin el menor ademán solemne o sacerdotal, no disimulando su ironía frente a sus abuelos científicos, consagraron con ahínco su vida a la investigación
de una parcela de la realidad”. El combate para lograr la
victoria, en la aparatosa lucha de la oscuridad, es lo que
hace feliz al investigador. A diferencia del sabio-deprotista,
perceptor de una remuneración por su trabajo, el sabiomercenario se vende al mejor postor. Hoy, el científico
desarrolla una profesión y vive de ella, debe poseer bienestar, dignidad y, a lo mejor prestigio, pero ante todo debe
gozar de la libertad.
El creador científico pasa por una etapas similares a las
del creador artístico. Desde la intuición, como experiencia
sensorial inmediata de la realidad, constituye un concepto.
Éste es un momento sublime de la creación o cuasi-creación (Zubiri), pero también es sufriente placer, que recuerda al dolor estético, tantas veces referido por Gabriel
Miró. Intuiciones y conceptos se funden en una construcción mental, elaboran una teoría científica. Luego viene la
conexión con la realidad, la interpretación, la hermenéutica. Nuestros hechos son constantes creaciones, pero
deben sobrepasar la biografía o la historia, trascender
para convertirse en hecho científico. El hombre, con su
pensamiento, ha pretendido responder y responderse
constantemente. Las voces que ha escuchado son las provenientes de una situación o un recuerdo, son las de otros
autores o las del resto de los hombres, son las de él
mismo y probablemente sean las de Dios. Las de un
Supremo Hacedor, ubicuo, corporal y espiritual, propio y
extraño a la vez, que, con el sanjuanista “no se qué”, parece que nos abrasa. Hasta aquí todo el proceso del creador científico se puede reunir en iluminación, orden,
verdad y respuesta. Tenemos la necesidad y la voluntad
de crear, aún a costa de pagar tributos: uno es la soledad;
el otro, la solidaridad. Volviendo a don Pedro Laín, dice
del primero: “Únicamente el moribundo está más solo
consigo mismo que el creador en el momento de crear”.
En cuanto a la solidaridad, esto dice el maestro: “Nadie
está con los hombres, con todos los hombres, tanto como
con el que con sacrificio está creando una obra valiosa”.
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