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Ya de entrada el término encierra cierta fantasía. Es un nombre adaptado a la biología, difícil de definir, denominador de numerosas sustancias heterogéneas incorporadas a productos antigénicos (vacunas) y preparados farmacológicos con la finalidad adyuvar o ayudar.
Generalmente sin saber cómo ni cuanto. No es fácil de utilizar en castellano, especialmente el verbo. Coadyuvante es un sinónimo que no todos reconocen porque prefieren reservarlo como parte de un fármaco (disolvente, excipiente…).
El punto de partida, la tuberculina es muy polémico. El X Congreso Internacional de medicina (Berlín, agosto 1890) despertó una inusitada expectación. Corrió la noticia que R. Koch comunicaría un hallazgo para curar la tuberculosis.
Se avanzaron posiciones desde el mundo científico, médico y político que llevó la euforia a numerosos enfermos y familiares. Y a todo esto, Koch, desbordado por la situación utilizó toda su prudencia para comunicar, con términos muy precisos, solamente algunos experimentos preliminares. Fue igual. La prensa mundial publicó que se había encontrado vencido la tuberculosis. Pasteur, Lister, Osler, Trudeau etc. se unieron a este sentimiento.
Koch fue colmado de honores que no podía rechazar a pesar de sus reservas. Pero ¿en que consistían los experimentos preliminares? Inyectó bacilos vivos al cobaya originando una úlcera “in situ” que no curaba. Luego, les inyectaba una segunda dosis (vivos o muertos) que provocaba una rápida y violenta reacción sorprendente.
Cicatrizaba rapidísimamente, (“Fenómeno de Koch”), pero anotando resultados confusos acerca de su curación definitiva. Finalmente se vió comprometido en la realización de ensayos humanos desvelando el milagroso medicamento: extracto glicerinado de cultivos de bacilos tuberculosos, denominado tuberculina y los resultados fueron decepcionantes. Algunos se dieron por curados, otros desarrollaran (en realidad reactivaron) la enfermedad, incluso algunos murieron. Inmediatamente se desestimó su uso terapéutico pero los experimentos permitieron establecer una prueba diagnóstica muy utilizada, la de la “tuberculina” y abrir el debate del gran poder inmunógeno de los bacilos tuberculosos.
Otro precedente se refiere a las observaciones de Ramón. Para obtener suero antidiftérico (Ac. específicos) inoculaba caballos con toxoides. En algunos originaba abscesos en el punto de inoculación, por contaminación, impureza u otras causas. En éstos la producción de anticuerpos aumentaba notablemente. Es decir el Ag, inmunizaba más cuanto más impuro era. En 1962 Glenny, para concentrar el toxoide diftérico lo precipitó con alumbre. La sorpresa saltó al comprobar que era mucho más inmunógeno el complejo precipitado que el concentrado purificado.
Pero la época de los adyuvantes se inicia en 1937 con la publicación de Jules Freund, conocedor de la tuberculina referida a la gran potencia antigénica obtenida con una suspensión de micobacterias muertas en aceite mineral denominada desde entonces como “Adyuvante completo de Freund”. Fue ampliamente investigado, con miles de citaciones bibliográficas, a pesar que en vacunas nunca se utilizó, ni siquiera en veterinaria, por sus efectos secundarios. Ahora bien, ha resultado útil como referente de adyuvantes, investigación inflamatoria o ensayos toxicológicos de hiperesensibilidad.
En esta línea, al ir conociendo los componentes de las estructuras bacterianas, especialmente la pared, se iban ensayando como sustitutos del adyuvante de Freund y la esperanza de utilizarlos en vacunas. Ocurrió con el LPS de Salmonella (1956, Jhonson) o el muramildipeptido (MDP de Lederer, 1974) a los que se sumaron mas de 40 productos de los que unos pocos llegaron a patentarse. De ellos solo tres purificados y modificados por ingeniería química pueden utilizarse en algunas vacunas.
La toxicidad y la dificultad para valorar y validar estas sustancias biológicas hicieron recordar el alumbre de Glenny. Incluso se pretendió recuperar el adyuvante de Freund pero sin micobacterias, o sea adyuvante incompleto. De los cientos de preparados ensayados, solo 8 o 10 fueron autorizados para incorporarlos a vacunas. Los compuestos de aluminio, el fosfato cálcico, y el escualeno, son los mas utilizados solos o asociados entre ellos o con adyuvantes biológicos.
Todo fármaco exige ciertos requisitos. La seguridad, incluidos efectos a largo plazo, la definición de su composición y mecanismo de acción, estabilidad, homogeneidad de lotes, respuesta previsible… etc.; son aspectos difícilmente garantizados por los adyuvantes, sobre todo los microbianos.
Además, con frecuencia, los detractores de las vacunas usan estas facetas para sus críticas. En total, tras más de 80 años investigando adyuvantes de las vacunas, después de estudiar cientos de componentes microbianos y otros tantos productos químicos, las vacunas han dependido siempre de ellas mismas. Seguramente tendremos más y mejores si son adecuadamente adyuvadas.
Sanidad y Ciudad, un binomio inseparable
Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.
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