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Hoy voy a cumplir una promesa que hice hace doce años: considerar un poco el sentido de la Escuela Eleática, la de la filosofía del ser y de su evolución. Podría hablar de muchos más, pero prefiero centrarme en dos: Parménides y Zenón.
Parménides de Elea (540 – 470 a.C.), si nos fiamos de Diógenes Laercio, era discípulo de Xenófanes e hijo de Pireto, natural de Elea. O tal vez era discípulo de Anaximandro, según Teofrasto. Fue el primero en decir que la tierra era redonda. Opinaba que la razón es el criterio que juzga todas las cosas. Lo expresa en este verso:
Ni los dioses te induzcan
A un camino común por ser trillado. No resuelvan los ojos sin examen; No juzguen por el eco de los oídos, Ni por la lengua juzgues.
Juzgue, si, la razón en las cuestiones.
En definitiva, que no te puedes fiar ni siquiera de lo que ves y menos de lo que te dicen. Solamente debes creer las cosas a la luz de la lógica. Ello venía a resumirlo en una frase: “el ser es el ser y el no ser es el no ser”. Y llevaba razón, sobre todo si pensamos en la política, pues todos los políticos tienen como objetivo engañarnos en su propio beneficio, salvo rarísimas excepciones que duran poco en tal menester. Platón se dio cuenta de su calidad y escribió uno de sus diálogos en su honor: Parménides, o De las ideas. Parménides conocía bien el paño, pues participó en el gobierno de su ciudad, en la Magna Grecia, hoy en día Italia. Su gran discípulo y fiel seguidor fue Zenón de Elea, con quien visitó Atenas.
La fortaleza de la lógica de Parménides hace muy difícil ser engañado, porque ha de ser lógico lo que ves, oyes, etc., para que puedas creerlo. Así, cuando te justifican un absurdo, como la ley del si es si o la libertad “trans” en los menores de edad, eso es un insulto a la lógica y cuando se transgrede la lógica se destruye la historia y también la evolución de la vida. Matar de forma disimulada es tal vez lo que parece pretenderse con atentar contra la lógica. Ojalá y tuviéramos más de un Parménides entre nuestros políticos. Reconozco que yo no conozco a ninguno.
Zenón de Elea (495 – 430 a.C.) no se sabe si fue hijo o hermano de adopción de Parménides, o tal vez hijo adoptado por este último. Es confuso. Lo que si parece obvio es que fue un fiel seguidor de Parménides y un luchador por la libertad, lo cual le costó la vida.
Su pensamiento nos refiere:
Que hay muchos mundos. Que no hay vacuo. Que la naturaleza de todas las cosas proviene del cálido y frígido; del seco y húmedo, conmutándose estos entre sí. Que la generación de los hombres es de la tierra; y el alma una mixtión de todo lo dicho, sin que tenga mayor porción de uno que de otro.
Conocemos a Zenón por su paradoja de Aquiles y la tortuga, quien jamás podrá ser alcanzada por aquél debido a que siempre le quedará una mitad de distancia entre ambos. Esto, con el tiempo, tal vez influyera en Newton y Leibnitz para el desarrollo del cálculo infinitesimal. Es obvio que es imposible que Aquiles se fusione con la tortuga y ello tiene posteriormente un desarrollo matemático con la teoría de infinitésimos, que también se ve superada en 1965 por Lofti Zadeh con su teoría de la lógica difusa, en la que intervienen tanto los conjuntos borrosos como los predicados vagos, de manera que cualquier elemento puede pertenecer parcialmente a múltiples conjuntos al igual que no pertenecer, también parcialmente a ellos. Eso hace que para poder conocer algo, necesitamos millones de elementos y conjuntos borrosos, de manera que solo es posible aproximarse un poco a la verdad con el auxilio de sistemas informáticos de inteligencia artificial. Es decir, que siempre estaremos a medio camino del conocimiento, de manera que solamente la lógica nos puede aproximar al mismo.
¿Y qué es la lógica? Bueno, pues una secuencia racional basada en la experiencia y en el descarte de los hechos no probados suficientemente. Por tanto, tres caminos se abren ante nosotros: en primer lugar el de la Fe, considerándonos incapaces e comprender el sentido de la existencia por nuestra cuenta; el de la sumisión interesada, creyendo solamente aquello que nos beneficia; y el de la rebeldía, luchando contra todo aquello que nos dicte lo que hemos de hacer y de creer. Este último caso fue el de Zenón de Elea.
No es verdad lo que dice Tertuliano sobre Dionisio I, tirano de Siracusa, que mató a Zenón, pues no coinciden las fechas. Diógenes Laercio sugiere, de un modo indirecto, que tal vez fuera Nearco o Diomedón. El caso es que tras una rebelión fue derrotado, capturado y ajusticiado. Lo que parece un cuento es aquello de que se mordiese la lengua para no delatar a nadie ni que fuera troceado por el verdugo y echado de comer a los perros.
Uno cuando estudia a estos dos grandes filósofos eleáticos, piensa siempre en la pequeñez de nuestros conocimientos. Recuerdo cuando estudiaba genética la estructura helicoidal del ADN, que se situaba en el núcleo de la célula, que se expresaba mediante tres ARN y que creaba toda la vida. Bien, pues todo es un cuento. El ADN forma grumos con distinto nivel de condensación. Los menos condensados son los genes, que codifican la formación de proteínas y otras cosas más, como el nivel de acidez, de salinidad, etc. Estos no son mucho más del 15% de la molécula. Los grumos más densos (el 85% más o menos) en realidad son una biblioteca que ejerce de taller de reparación de los genes codificantes cuando se estropean. No hay tres clases de ARN, sino muchas más. Cuando es preciso, se crea uno nuevo con un fin determinado. Y en los ribosomas, corpúsculo celular donde se fabrican las proteínas, por información del ADN del núcleo a través de un ARN, ya sabemos que hay también ADN, luego lo más probable es que dicho ARN lleve información precisa al ADN ribosómico para que actúe de una u otra forma. Es todo un cuento. Y no hablemos de los aminoácidos clásicos: Adenina, Tiamina, Uracilo, Citosina, etc. Hay muchos más, pero en mucha menor proporción, que condicionan el funcionamiento del ADN. Y eso es una parte, que tanto o más importante es la posición espacial de dicho ADN, la radiación, el pH y muchas otras cosas, en su mayor parte desconocidas hoy por hoy. Y claro, lo mejor es lo que ello nos sugiere: si hay una molécula inteligente, ¿por qué no va a haber unos átomos o partículas subatómicas también inteligentes? ¿Qué percibe
nuestro organismo de su ambiente? Bueno, pues no lo sabemos. Tal vez estemos condicionados por eso que llamamos la nada y que no existe, pues recientemente se sabe que la nada es un todo que no podemos percibir por nuestra limitación corporal y mental.
Bueno, tal vez lleve razón en la base Parménides, porque ni sabemos lo que es el ser ni lo que es el no ser, es decir: la nada. Zenón sugiere que ambos conceptos son inalcanzables, dando pie a la teoría de infinitésimos. Lo bueno de ambos filósofos es que no se creen lo que ven y lo mal es que divagan, pues la razón pura no existe, sino que se ve filtrada por un sentimiento lógico personal, las más veces interesado.
Hace casi treinta años comencé a intentar solventar un dilema que sigo sin resolver aún: ¿por qué estoy en este mundo? Sigo con la enorme duda de las dos respuestas posibles: por un azar de naturaleza desconocida por mí, o por una intencionalidad de alguien que me creó e ignoro por y para qué. En ambos casos, el resultado es la ignorancia del sentido de las cosas. Ante ello, desde hace mucho tiempo, trato de hacer un ejercicio de humildad y reconocer que no tengo por qué saberlo, pero que si hay cuatro cosas importantes que no debo olvidar: gratitud a quien me haya creado, solidaridad con mis compañeros de vida, promoción de mejora de las condiciones de existencia de todos nosotros y, finalmente, disposición permanente para aprender a vivir cada día más felices todos y menos egoístas.
Si para llegar va aquí me han ayudado Parménides y Zenón de Elea, benditos sean. Y si no, también. No tengo información suficiente como para poder juzgarlos.
Primavera de 2023
Francisco Hervás Maldonado es Coronel Médico en situación de Reserva, Dr. en Medicina y Director del Grupo de Estudios clínicos en Lógica Borrosa. Fue Jefe de Servicio en el Hospital Central de la Defensa y Profesor de Ciencias de la Salud (Universidad Complutense de Madrid). Ha escrito varios libros y numerosos artículos relacionados con Gestión y Matemáticas de la Salud. Entre sus aficiones destaca la música y la literatura.
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