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Temas
Todo profesional, y especialista que se precie, maneja un lenguaje propio. Crea cuerpo doctrinal, facilita la actividad profesional y la jerga proporciona una barrera casi infranqueable para los intrusos. Lo vemos con los electricistas, ingenieros, abogados, informáticos, economistas,… y, cómo no, con los médicos. Especialidades y jergas se nutren mutuamente, se desarrollan al unísono.
Una anécdota achacable a Marañón, que introdujo en España el tratamiento antisifilítico, apuntaba a las características de la jerga infecciosa para una misma situación. “Refería en una reunión de café, cómo un tertuliano en Alemania, tras acostarse con una freudenmädechen pilló el “mal francés” y se curó con salvarsán. Otro comentó la adquisición del “mal español” con una mademoiselle en París y lo trataron con arsenobenzol. Pues en América, comentó otro, son las call girls las que transmiten la lues y tienen que tomar diarsenol. Finalmente sentenciaba Marañón que España era única: aquí te puedes pillar una “avariosis” con una señorita de mala fama, pero te curas con un capicúa, el 606”.
En general, un ciudadano utiliza entre dos y cuatro mil palabras distintas. Un médico, en su ámbito profesional, añade un 30-50 % de términos específicos haciendo ininteligible su discurso para muchos. Si nos referimos al discurso de un especialista, se torna críptico para el ciudadano de a pie, incluso para otros médicos.
Desde hace años se revindica en España la creación de nuevas especialidades, entre las que está la de Enfermedades Infecciosas (E.I.). No es un tema nuevo. Antes se desarrollaron actividades especializadas, con “titulación” incluida, en leproserías, hospitales y dispensarios antivenéreos, antipalúdicos o antituberculosos por ejemplo. Siempre con su lenguaje correspondiente. Más recientemente, las infecciones tropicales, las hospitalarias o el SIDA se han utilizado como argumentos por los solicitantes de la especialidad.
Se justifica una nueva especialidad ante procesos emergentes, con habilidades, técnicas e instrumental novedoso y de difícil manejo para otros profesionales. No son requisitos imprescindibles, pero nunca faltará la jerga propia que caracterice a la especialidad.
Las más de 40 especialidades españolas utilizan 1.000 o 2.000 términos propios, pero el área de E. I. puede registrar más de 30.000. No es exageración; pensar en los numerosos proceso, cientos de agentes etiológicos (incontables subespecies y variedades), miles de moléculas terapéuticas comercializadas y en investigación. Tan es así, que no da tiempo a “bautizar” y se recurre a siglas, extranjerismos y numeraciones.
Los problemas que pueden documentar los estudiosos son muy diversos debido a su frecuente escaso rigor. Eso sí, es una fuente inagotable para los aficionados a los entretenidos juegos de palabras («ludolingüismo»).
Se relacionan innumerables siglas, acrónimos y abreviaturas, más de 3.000. Algunos acrónimos se aceptan, incluso en revistas de prestigio, titulando publicaciones (EPOC, ITU, ETS,…). Pero muchas siglas proceden del inglés y al castellanizar el texto se producen no pocas confusiones (AIDS, HIV, MIC, VDRL, CRISPR,…). Intente leer artículos científicos; en algunos puede encontrar más de 20 siglas por página ¡solo apto para superespecialistas!
Es llamativa la abundancia de sinónimos en la jerga de fiebres, paludismo, tuberculosis, neumonías, etc. Entreténgase en recoger sinónimos de diarrea del viajero, por ejemplo, y tendrá más de 30. En resumen, no necesitará mucha paciencia para coleccionar varios miles. También son muy frecuentes las polisemias, términos con varios significados (PCR, CPA, SHP, brote, amboceptor, inoculación, huésped, sensibilidad, etc.). Lamentablemente contrastan con la precisión requerida en cualquier tecnolecto.
Una traducción inadecuada puede llevar a un caos. Se ha comprobado a veces con carbunco, carbuncle, pústula maligna y ántrax; rubéola-sarampión alemán; tifus-tifoidea; resfriado-gripe-influenza, etc.
Solo en denominaciones de agentes infecciosos, técnicas, síndromes y enfermedades infecciosas, los epónimos pueden superar los 4.000. Su estudio a fondo permitiría escribir la más completa historia de la infección, y de la humanidad. Pero solo hasta mediados del siglo XX, por las recomendaciones de los Comités Internacionales y de la propia OMS para evitar los epónimos.
Se pueden explorar otras facetas divertidas. Es el caso de oxímoron como antibiótico (de antivida), los beneficiosos anti-cuerpos, resucitación pulmonar, vacunas terapéuticas, pronóstico seguro, etc. Las metáforas son muy socorridas y abundantes como el baile de san vito, eritema en bofetada, canto del gallo, facies leonina, crepitación gangrenosa, etc. Y si quiere jugar a los “mal-entendidos” dispondrá de multitud de parónimos como fiebre de malta, tetánico, chaperoninas, escara, NO, sicosis o serotipos.
Por los ejemplos citados, la respuesta es negativa. En las E. I. se habla una jerga con una ingente cantidad de términos imprecisos y confusos, que supone una carga, más que una ventaja, para su reconocimiento como especialidad médica. Por eso los solicitantes deberían tener en cuenta algunos puntos.
Más del 95 % de los términos infecciosos son prestados del lenguaje popular, de la Medicina General y de especialidades clásicas (Microbiología clínica, Anatomía Patológica, Medicina Preventiva,…).
En atención asistencial, los enfermos se asignan a cualquiera de las especialidades tradicionales (Medicina Interna, Cirugía, Neumología,…). Más discutible será el uso compartido de Habilidades, Instrumental y Técnicas propias. La ecografía, resonancia, microscopía, espectrometría, PCR, y otras técnicas de biología molecular, etc., aportan terminología propia, pero no dejan de ser herramientas médicas.
En estas circunstancias los expertos en infecciones tendrán que depurar la jerga para convertirla en un moderno tecnolecto. Y harían bien en priorizar los términos propios sobre los “prestados”. Deberán establecer diferencias con otras áreas y fijar el origen, definiciones y condiciones de uso del lenguaje de la especialidad que solicitan.
Con presión política podrán lograr el reconocimiento del título de especialista, pero el lenguaje, como tantas veces, puede reafirmar o arruinar cualquier logro.
De rabiosa actualidad está la pandemia COVID-19 producida por el virus SARS-CoV-2 y sus miles de variantes denominadas con siglas y numeraciones. Ya hay glosarios con cientos de palabras identificadas con la enfermedad.
Paradójicamente, ante avances científicos evidentes, el lenguaje preciso (tecnolecto) falta con frecuencia, a pesar de las recomendaciones de los científicos. Hasta la OMS debió intervenir, proponiendo evitar epónimos peyorativos (virus chino, variante inglesa, brasileña, india, etc.), que ni la propia Organización cumple.
En la transversal actualidad todo es multidisciplinar. Virólogos, biólogos moleculares, , estadísticos, epidemiólogos, informáticos, políticos y periodistas han tomado el protagonismo con su actividad y lenguaje. Impregnan todas las áreas de conocimiento y especialidades. Surgió una especie de jerga, que ya no es infecciosa, ¡es pandémica!
Todas las especialidades médicas se desarrollan y acompañan de su propio lenguaje. Éste, en el ámbito científico, debe reunir las características técnicas adecuadas (tecnolecto), especialmente cuando una especialidad, como la de E. I., aspira al reconocimiento oficial. No es fácil, porque una especialidad no es un espacio estanco y la situación pandémica lo demuestra. Posiblemente, no es el momento oportuno para revindicar una nueva especialidad.
Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.
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