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«Olfato clínico»: el componente más importante del «ojo clínico»?

Puede parecer un disparate pero, el olfato es el mas potente evocador de situaciones. Siempre estamos olfateando el aire que respiramos, vehiculador de partículas olorosas y de pronto lo asociamos a una señal, un peligro, … ¡un diagnóstico!

Al hombre actual solo le interesan los aromas agradables. Se pierde el interés por su aplicación diagnóstica. Además los olores no se consideraban muy científicos porque hasta hace poco no se podían medir adecuadamente. Tampoco hay una nomenclatura ni clasificación para los miles de olores y matices que se pueden percibir. De cualquier forma, sigue siendo evocador en algunos casos.

La producción y asociaciones de sustancias volátiles olorosas a partir de bacterias del sudor y otros fluidos orgánicos se incorporan a las ropas y ciertos utensilios y son específicos de cada caso. Se conoce la capacidad canina para señalar de manera incuestionable las orinas de enfermos con cáncer de vejiga. Seguro que, tras un breve entrenamiento, identificarían con mas facilidad una infección.

¿Cómo influye la higiene personal? Lógicamente al eliminar el sudor y fluidos, restos cutáneos y mucosas impregnadas, desciende la intensidad hasta eliminarlo casi totalmente. Si además se utilizan dentríficos, jabones, sales de baño etc. aromatizadas, se reducen los olores naturales pero no se pierde la especificidad. Es famosa la carta de Napoleón a Josefina pidiéndole que no se lavara para embriagarse con sus ¿aromas? naturales.

En las infecciones es arriesgado definir el olor de cada proceso pero se suele identificar bien el olor de infecciones por anaerobios. También en los abscesos, las bronquiectasias o las infecciones urinarias. En vaginitis las tricomonas suelen desprender un olor desagradable estercoráceo mientras las levaduras producen un olor suave, “refrescante”. En vaginosis el olor es a pescado podrido.

Empiemas pleurales sobreinfectados, vómicas desde bronquiectasias o abscesos abiertos originan un olor nauseabundo. Varios autores describen las neumonías por Klebsiella con olor a “cacho quemado” a diferencia de las neumonías por aspiración cuyo aliento es fétido. Un olor suave, a tostado, se ha descrito en tifus, fiebre tifoidea y cólera, siempre al comienzo de la enfermedad, porque luego en tifoidea y cólera el olor puede ser estercoráceo y en el cólera un olor a vinagre es de mal pronóstico, terminal.

Los clásicos pretendían definir el olor de la tuberculosis y la brucelosis pero las descripciones corresponden mas al entorno que a la enfermedad (rancio, húmedo, paja, …). Por el contrario la miositis estreptocócica desprende un olor acre suave a diferencia de las miositis por Clostridium o gangrena gaseosa en la que el olor es a queso “de cabrales”.

Las úlceras de decúbito, de pie diabético y varicosas infectadas por Pseudomonas originan olor afrutado pero son mas frecuentes por asociaciones microbianas que desprenden mal olor. Puede servir para un diagnóstico diferencial de si la úlcera está o no infectada, aspecto no siempre fácil.

La bromhidrosis es un cuadro problemático, caracterizado por intensa sudoración cutánea. Las bacterias de la piel descomponen los ácidos grasos, urea y aminoácidos presentes en el sudor hasta acético, valérico, amoniaco, aminas, etc. desprendiendo un olor que va del rancio al mohoso, agrio, fecal o “queso”. Otro grave problema que roza el campo de la psiquiatría es el de la halitosis que reconoce varias causas de (periodontitis, rinitis atrófica…). Se ha demostrado la emisión de SH2 y los olores que mas frecuentemente exhalan son a huevos podridos, fecal, putrefacto o a “pies”.

Evidentemente la percepción del olor del enfermo visitado en su dormitorio que está junto a un establo (no es excepcional en medio rural) o previamente perfumado por la familia es de poco valor. Lo mismo ocurre en el hospital donde el “olor a Hospital” (desinfectantes, ambientadores…), borra literalmente cualquier posibilidad diagnóstica por matices olorosos.

El estudio de aromas ha dado pie al desarrollo de la aromaterapia. La influencia biológica, al menos en animales, está bien demostrada. Podríamos preguntarnos si el microbiólogo, que se pasa media vida en una atmósfera de moléculas olorosas como hemos descrito, no verá alterada su salud, argumento para reivindicaciones laborales. Quizás algún lector podría proponer entrenar médicos o contratar entrenadores de perros. Mejor que desista; no sería bien entendido. Sin embargo a raíz de casos sobre bioterrorismo (carbunco) se empezaron a desarrollar “narices electrónicas” que detectaban de forma rápida y específica trazas bacterianas en el ambiente.

(Publicado en el nº 3 Revista Infección y Vacunas.  Año 2012)


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