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Podíamos pensar que en la moderna Medicina, de extraordinario desarrollo y alto nivel científico, los sinónimos supondrían una mera curiosidad y como tal, una excepción. La precisión científica se asocia a la precisión lingüística y ésta no suele casar bien con los sinónimos. Pero la realidad es completamente diferente.
Cuando hablamos de un objeto, como una cama, o un instrumento, como un microscopio, todos superponemos mentalmente la palabra con el objeto e interpretamos lo mismo; el interlocutor identifica con exactitud lo que el ponente quiere decir ¡casi siempre!.
Una situación opuesta es la denominación de elementos invisibles (microbios), fenómenos, reacciones, conceptos etc. Desde mediados del siglo XX se suceden los descubrimientos con denominación en inglés que apenas da tiempo a traducir al castellano. Con frecuencia coexisten y se usan indistintamente los términos en los dos idiomas. Nuevos conceptos rápidamente quedan obsoletos. Se redescubren elementos o se redefinen situaciones con nuevas denominaciones pero sin anular las anteriores.
La forma, el tamaño, la función etc. son piezas para inventar un nombre (con raíces del griego, del latín, acrónimos, etc.), pero si se trata de un concepto o fenómeno, tenemos tendencia a recurrir a las analogías utilizando palabras preexistentes. Cuando esto se da simultáneamente en varios países o equipos, el problema de los sinónimos está servido.
Afortunadamente, en la actualidad la difusión de los avances científicos es casi instantánea en todo el mundo lo que permite unificar nombres como es el caso del SIDA o la enfermedad de los legionarios que se aceptan como tales nombres de forma universal. Sin embargo hay excepciones. El nombre de algunas enfermedades, como la propia enfermedad, ha constituido en ocasiones una carga de profundidad contra la economía o el prestigio de una población.
El turismo es un fenómeno relativamente moderno y la diarrea del turista recibe numerosos nombres dependiendo del país, ingenio local e incluso visión política (diarrea del viajero, galope griego, venganza de Moztezuma, apurón romano,…). Ha ocurrido siempre, como pasó con la sífilis (mal francés, español, napolitano…), la gripe (española, asiática, rusa…) o la pandemia de 2009 por el virus H1N1 (porcina, mejicana, americana,…). La denominación y contradenominación ha dado lugar a un buen número de sinónimos.
En el lenguaje la manera más sencilla de definir un elemento abstracto es recurriendo a las parábolas, paradigmas, ejemplos, metáforas y sinónimos con la consiguiente pérdida de precisión.
Con cierta frecuencia tras “inventar” un término, aparecen otros más afortunados coexistiendo todos con el mismo significado en diferentes publicaciones o países. Hay ejemplos, como neumonía atípica (N. atípica primaria, N. de Eaton, N. a micoplasmas,…), enfermedad de Lyme (eritema crónico migratorio, meningitis linfocítica crónica, borreliosis de Lyme,…), meningococo (Neisseria meningitidis, Diplococcus meningitidis,…) y otros muchos.
No es excepcional que un objeto, instrumento o microorganismo queda obsoleto y olvidado. Pero el nombre se mantiene y utiliza para el más reciente.
Durante algún tiempo coexisten como un fenómeno polisémico, o bien se utilizan indistintamente para el antiguo y el nuevo. Es lo que ocurrió con el estetoscopio y el fonendoscopio, el turbidometro y el nefelometro por ejemplo. Con los signos y síntomas ocurre otro tanto.
La vanidad de un autor o el agradecimiento de sus discípulos lleva en ocasiones a la propuesta y uso regional de epónimos personales a microorganismos, medios de cultivo, enfermedades, técnicas quirúrgicas, etc. que contrastan con el utilizado en el resto del mundo.
Por regla general coexisten como sinónimos solo algún tiempo. Son los sinónimos a partir de epónimos, como ocurrió con la brucelosis (Bruce), fiebres de Malta, etc. Al revés sucedió con la enfermedad de Carrión, fiebre de Oroya y otros muchos.
En el lenguaje popular los términos relacionados con las infecciones son numerosos como también sus sinónimos. El médico debe conocer bien su lenguaje tanto para hacer una correcta anamnesis como para hacerse entender en sus indicaciones. Especial interés debe ofrecer el rico español de Sudamérica para estudiar la terminología médica.
La gente mayor, del ámbito rural y de otras regiones, siguen utilizando los términos lugareños y/o del castellano antiguo (calentura, apostemas, inflado, sajar, achuchón, acedía, etc.) que pueden aplicarse correctamente a pesar de disponer de sinónimos modernos más adecuados.
Todos tenemos numerosas anécdotas sobre la variadísima nomenclatura popular relacionada con las muestras patológicas (escupitajo, meado, caca, etc.) o determinadas áreas anatómicas (gaznate, bofes,…), especialmente genitales e intestinales (verija, baldaga, pija, lavativa,…).
También puede haber diferencias entre especialidades como ocurre con los sinónimos droga, fármaco, preparado, presentación, Incluso antibiótico, quimioterápico y antimicrobiano. Es lógico ya que los matices diferenciales entre dos términos en una especialidad pueden ser auténticos sinónimos en otra.
Por ejemplo, presentaciones como comprimido, gragea, cápsula, tableta o píldora, que los farmacéuticos definen perfectamente, son sinónimos de “pastillas” para la mayoría de los mortales incluyendo muchos médicos.
Un verdadero caos lingüístico se origina con los sinónimos de términos traducidos inadecuadamente como carbunco, carbuncle, pústula maligna y ántrax, rubéola y sarampión, semivida y vida media entre otros muchos.
La imprecisión de los sinónimos se agrava en algunos casos con la polisemia. Por ejemplo, sinónimos de auspiciar tienen significados tan diferentes como patrocinar y pronosticar o constipación (estreñimiento y resfriado), apósito (emplasto y tirita), rabia (hidrofobia y lisa ó furia y cólera).
Llaman la atención los numerosos sinónimos que tienen algunas enfermedades en comparación con otras. Procesos clásicos como paludismo, tuberculosis, sífilis o algunas parasitosis son mencionados de numerosas formas, frente a la falta casi absoluta en enfermedades emergentes. La explicación de este fenómeno se debería a:
Antigüedad (reciben diversos nombres a lo largo de la historia) endemicidad (tradición local) inespecificidad y plasticidad (un mismo proceso ha ido recibiendo nombres según el dato dominante como fiebre de…., diarrea de …….., nódulos de …….etc.). en general todo lo nuevo, (técnicas, métodos y enf. emergentes) es rico en acrónimos y pobre en sinónimos. Lo contrario ocurre con todo lo clásico.
Curiosamente, un gran número de acrónimos tienen a su vez sinónimos. Es lógico por la traducción y coexistencia de los mismos. P.ej. SIDA = AIDS, CMI = MIC, ASLO = ASO = ASTO (antiestreptolisinas), ADIV = ADEV = ADVP = UDPV = CDIV (adictos, usuarios o consumidores de drogas por vía intra o entravenosa) etc.
Hay elementos, productos sobre todo, que sancionados por el uso, son sinónimos de sus marcas comerciales. Es lo que ocurre con aureomicina (comercial) = clortetraciclina; cloromicetina (comercial) = cloranfenicol; augmentine (científico y comercial) = amoxicilina-clavulánico.
Por si fueran pocos, hay sinónimos que se deben a las variaciones ortográficas admitidas como: escoriar = excoriar, acné = acne, microscopia = microscopía, esfácelo = esfacelo, oftalmía = oftalmia, período = periodo.
Es tal su número, que revisando varios diccionarios hemos contado, solo de términos médicos más de 3.000 sinónimos. Además de los citados otros ejemplos son: resistente-resistencia que tiene 11 sinónimos según el diccionario de Sánchez Cerezo, flema con 13, exacerbar con 17, diluir (12), hediondo (14) o tomar (50) de los que solamente hemos seleccionado algunos.
Un problema especial lo constituyen los sinónimos en taxonomía y nomenclatura microbiana. Era tal el caos, que ha obligado con diferente fortuna a establecer normas y crear comités internacionales de bacterias, virus y hongos.
No podemos sorprendernos al leer Stenotrophomonas (antes Pseudomonas), Porphiromonas (antes Bacteroides) melaninogenica o ver especificado el último nombre propuesto aclarando el anterior nombre de especie. El propio Comité en algún caso de discusión como Moraxella catharrhalis o Branhamella catarrhalis, opta por proponer salomónicamente el nombre de Moraxella (Branhamella) catarrhalis.
Debemos señalar que al hablar de dos términos sinónimos no deben entenderse como idénticos. Siempre habrá matices de interpretación que son enriquecedores. Incluso hay sinónimos que, como hemos citado, tienen carácter polisémico.
Autor: J. Prieto Prieto
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