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Los hidratos de carbono de la fruta los podemos dividir en dos grupos: a) los digeribles que se absorben por la mucosa y nos nutren, o bien los consumen los micoorganismos del tubo digestivo; y b) los no digeribles, entre los que se incluyen los compuestos que forman, casi en su totalidad, la fibra alimentaria.
La fibra alimentaria a su vez la podemos subclasificar a su vez en: a) fibra soluble, que actúa principalmente en la retención de líquidos en el propio tubo digestivo y posteriormente es fomentada por la microbiota en el colon; y b) fibra insoluble, que permanece inerte y es responsable de la velocidad del tránsito intestinal (a mayor cantidad, mayor velocidad) y del volumen de las heces.
El efecto que puede producir la presencia de fibra en la dieta es beneficioso para las bacterias del colon. Produce un marcado crecimiento de bífidobacterias y disminuye las poblaciones de microorganismos potencialmente patógenos como clostridios y coliformes. La competencia e inhibición que producen las bífidobacterias sobre otros microorganismos lleva a una selección de la flora, disminución del pH del medio y a la producción de agentes bacteriocidas para diferentes grupos de microorganismos del tubo digestivo, productores de enfermedades como el tétanos, la gangrena y otras muchas infecciones. En cuanto a los coliformes, son los principales responsables de infecciones adquiridas en el hospital y que actualmente plantean graves problemas de resistencia a antibióticos.
Consumir una cantidad suficiente de fruta (plátano, naranja, manzana, etc..) modifican la flora que juega un papel primordial en la prevención y control de la enfermedad inflamatoria intestinal.
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Profesor Universidad Complutense de Madrid
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