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También aquí los ingredientes son la conjunción de dinero, necesidades que genera la infección y la ignorancia de los colectivos mas débiles.
Sólo comercializarse el primer antiinfeccioso ya surgen historias dignas del género literario. Una de las primeras referidas es la del pícaro inglés Robert Talbor.
Este médico, que no lo era, de finales del XVII, escribió un libro sobre el arte de curar malaria, que no demostraba nada pero conoció la corteza de quina antes que se aceptara como remedio en Inglaterra y Francia. Burló el colegio médico inglés y, sin control del mismo, logró introducirse en los círculos reales tratando con éxito a ilustres personajes, incluyendo al Rey, de su malaria.
Ante los ataques del colegio médico se defendió comunicando que su medicamento era muy superior a la corteza de los españoles, cuando en realidad era la misma, logrando la protección directa del Rey. Sus fraudes y charlatanería los trasladaría después a la corte francesa del rey Luis XIV con éxito similar. Logró del Rey de Francia que no se hiciera pública la fórmula, como era obligación, hasta su muerte.
Entonces se divulgó el secreto que mas esperaban los médicos franceses, que consistía en: seis dramas de hojas de rosa en infusión, dos onzas de jugo de limón y una fuerte infusión de corteza peruana. Los médicos franceses e ingleses, que habían rechazado los “polvos” de los españoles, avergonzados, incorporaron la corteza de quina entre sus remedios, unos 40 años después que el resto de Europa.
La llegada de la penicilina añadió en España un ingrediente curioso, los periódicos. Cuando todavía no se había comercializado y se obtenía de contrabando inaccesible para los no pudientes, aparecían noticias sobre el tratamiento y curación de tal o cual infección en artistas, toreros y otros personajes populares en torno a los cuales se producían pequeños timos y tráficos de influencias.
Lo curioso del caso es que la población, conocía la situación, sufría la discriminación de no poder utilizar la penicilina y la aceptaba e incluso la aplaudía cuando se trataba de sus ídolos populares, como eran el Dr. Jiménez Díaz, el torero Manolete, o la cupletista Concha Piquer.
Cada vez que aparecía una novedad la presión para su obtención ponía en marcha las mas peregrinas influencias. El suministro para usos compasivo por los laboratorios ha normalizado algunas situaciones.
Pero es inevitable la acumulación y por tanto desabastecimiento de rifampicina en epidemias de meningitis o vacuna gripal y oseltamivir en el SARS que estamos viviendo en 2005-2006 para lo que se utilizn todo tipo de “métodos”.
Los médicos han conocido muy bien la petición de una receta para el abuelo que no puede venir, cuando realmente era para otra persona con la finalidad de ahorrarse un dinero, o reclamar mas fármacos del médico de los que necesitaba. En algunos medios, sobre todo rural, actuaciones de este tipo eran mas frecuentes con antibióticos.
La creencia de que los antibióticos engordan, sumada a la precariedad en tratamientos para infecciones de animales, ¡que no entra en la seguridad social!, puede explicar mas de un caso de desvío de antibióticos hacia animales a través de recetas médicas.
Un absurdo sentido de solidaridad, mas que un acto de picaresca, se ha repetido cada vez que, ante una catástrofe, se ha pedido solidaridad ciudadana. Muchos, seguramente de buena fe, aportaban los antibióticos que le sobraban ¡caducados! O inyectables, cuando en el lugar de la catástrofe posiblemente no había sanitarios, deficientes condiciones de almacenaje, ¡en zonas catastróficas no suelen funcionar los frigoríficos!, etc.
Pero lo peor es que personas sin escrúpulos se han dedicado en ocasiones a hacer negocio con los antibióticos enviados en los sitios más pintorescos, incluyendo la venta posterior en ¡los países de origen!
La falsa publicidad se ha utilizado siempre, también en países occidentales actualmente a pesar de los estrictos controles. Los antibióticos que se anuncian para prevenir complicaciones bacterianas de la gripe y resfriados; el destacar los efectos favorables, solapando la información sobre efectos secundarios; el buscar la complicidad del paciente para que “exija” a su médico un antibiótico de sabor mas agradable, mas ¿potente? etc. Son algunos ejemplos de tácticas comerciales que están entre la picaresca y la “mala praxis”.
Los departamentos de ventas de los laboratorios farmacéuticos son buenos conocedores de multitud de anécdotas como para escribir varios tratados. Y si revisáramos campos como la investigación, la administración, la farmacia, etc., cualquier lector podría aportar experiencias divertidas, vergonzosas, fraudulentas, curiosas pero siempre indeseables.
La picaresca siempre se sitúa próxima o en el filo de la ley y afecta tanto a individuos como a instituciones, tanto en España, donde somos expertos, como en otros países. Los antibióticos crearon tales expectativas e intereses que con frecuencia se han anotado escándalos llamativos. La aureomicina por ejemplo había sido obtenida por los investigadores de laboratorios Lederle.
A partir de esta molécula, laboratorios Pfizer obtuvieron la tetraciclina que patentaron y publicitan como hallazgo revolucionario propio. La reclamación provocó tal bronca legal que “a río revuelto…” Otros tres laboratorios se unieron a la demanda a la espera de sacar ventajas. Efectivamente, los tribunales otorgaran la patente de tetraciclina a cinco laboratorios (la podían haber llamado “pentaciclina”).
Otro fenómeno que ha lastrado la historia de los antibióticos ha sido la falsificación. Los Organismos oficiales de control conocen un buen número de casos de venta de envases con penicilina que no llevaba, en el mejor de los casos, mas que la mitad de lo que se anunciaba. Lamentablemente todavía se dan casos en un mundo de desaprensios.
Hace 10 años se encontraban todavía en España mas muestras de las deseables con menos actividad de la indicada. Claro que peor es el caso de la adulteración, como si se tratara del vino o leche a principios del siglo XX la adición de sustancias mas baratas, sin control las hacía potencialmente peligrosas. Son preferibles los placebos inócuos.
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