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Desde que el hombre tomó conciencia de su humanidad, supo que su cuerpo estaba sujeto a la enfermedad y que era él, con la ayuda de los dioses, quien tenía que ingeniárselas para restaurar o conservar la salud
y, consiguientemente, prolongar la vida.
Históricamente el hombre se ha valido de la terapéutica para luchar contra el dolor y la enfermedad, y lo ha
hecho de cuatro modos distintos: el empírico, el mágico-religioso, el científico y el humorístico. De todos
ellos, el humor ha sido el menos tenido en cuenta tanto por los científicos como por los historiadores, a pesar de ser un hecho reconocido que el humor es uno de
los principales regalos de la naturaleza para preservar
la salud.
Algunos investigadores plantean que la primera vez
que el hombre rió debió ser como un gesto de alivio
compartido. Luego, observando situaciones repetidas
en las que la experiencia jocosa se había mostrado como
un remedio efectivo, aun en las situaciones de la vida más
adversas, utilizó la risa de manera empírica para mitigar el cotidiano «dolor de vivir». Por otra parte, desde que, con sorpresa, vio reflejada su cara en las aguas
cristalinas de los ríos, supo que, en adelante, ya no le faltarían motivos de diversión. No en balde, río es, junto
con ruiseñor, la palabra más risueña de la Naturaleza.
Con el paso del tiempo, el hombre necesitó echar
mano de poderes mágicos y supersticiosos, así como poner en marcha procedimientos rituales con objeto
de controlar las fuerzas ocultas naturales y sobrenaturales causantes de sus males. Es la aparición de la humorterapia de carácter empírico-mágica en la que la
figura del chamán-humorista se hace imprescindible
para provocar la risa sagrada, la risa catártica, como
herramienta terapéutica y equilibrar así los desórdenes causados por los espíritus malignos. A través de la
risa, el chamán-humorista, cuya figura ya fue descrita
por Marco Polo en el siglo XIII y sigue presente todavía en la actualidad en aquellos pueblos que viven en
condiciones de vida primitivas –los llamados «pueblos
primitivos»–, es capaz de liberar al hombre de los espíritus generadores del mal; es más, mediante el exorcismo de la risa, se pretende vencer a los «señores de
la muerte» y renovar el alma del enfermo.
El pensamiento religioso trajo consigo el concepto
de enfermedad como castigo de los dioses por alguna
falta cometida por los hombres, bien a nivel individual
o colectivo. Se trata de la mentalidad propia de las llamadas «culturas arcaicas», en las cuales, junto al planteamiento religioso, se produce ya un intento de explicación racional y de comprensión de los remedios
terapéuticos, entre ellos el humor. Un buen ejemplo
de ello lo encontramos en el Israel bíblico: «un corazón alegre hace tanto bien como una medicina» se puede leer en Prov 17, 22. Pero este no es el único ejemplo; también en las culturas orientales antiguas, como
la china y la hindú, está documentada la existencia de
templos donde las personas se reunían para reír con la
finalidad de equilibrar la salud en épocas muy anteriores a la era cristiana. Se dice que entre las plantas medicinales que aparecen en el gran compendio terapéutico, escrito por el emperador chino Shen Nung en el
tercer milenio antes de Cristo, ocupa un lugar destacado la hierbarisa para tratar las alteraciones del yin-yang.
Los griegos fueron los primeros en transformar el
mythos en logos y el procedimiento empírico en un
saber técnico, alejado de la magia y las supersticiones mítico-religiosas. Por el mismo tiempo que los médicos
hipocráticos desarrollaron su humoralismo, es decir,
el humor con moraleja, Demócrito construía su humor atómico y, mientras los primeros debatían acerca
de cuál era la versión del pharmakon –alimento, purgante, medicamento– que producía mejores humores,
el sabio de Abdera señalaba, junto a la dimensión ética, la dimensión filosófica del humor, postulando que
el estado anímico natural del hombre es la «apacible alegría» y no la conducta llorona del lacrimógeno Heráclito. A pesar de su preclara visión de los átomos como
partículas elementales de la vida, Demócrito no dijo
nunca que «vivir fuera la bomba» –atómica o no–, pero
sí que «vivir sin alegrías es como un largo camino sin
posadas». Parece que no le fue mal al filósofo tracio
ya que vivió más de cien años.
La terapéutica helenística del humor se continuó en
Roma, especialmente con dos personajes de gran influencia en la medicina y la farmacia hasta bien entrado el Mundo Moderno. El primero de ellos es Dioscórides, quien en su Materia medica –quizás la obra terapéutica más reeditada y traducida de la historia– llega
a afirmar que «la buena leche produce buenos humores»; el segundo, es Galeno, que se complicó la vida
con la polifarmacia, aun cuando enriqueció la doctrina hipocrática al considerar que los fármagos podían
modificar los humores en acto y en potencia, es decir,
que unos provocan risa per se y otros, por algún accidente. Se dice que la provocación de ataques deliberados de risa en sus pacientes fue una práctica tan común en sus consultas como sus tratamientos a base de
polifármacos y mucho mejor aceptada por los pacientes que sus sangrías.
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