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A mí me gusta el uno por –al menos– seis razones, de las cuales una es absurda, pero hemos de reconocer que nadie es perfecto y yo tampoco, aunque me aproximo presurosamente a la perfección suma que Dios concede a los hombres justos: la idiocia. Es decir, que mi paso por la vida se aproxima al estatus de san Hinojo en el cielo, que es el de la virtualidad, puesto que ni san Hinojo se ocupa de Dios ni mucho menos Dios lo hace de san Hinojo. Y me reconozco virtual con orgullo, pues en esta incoherencia que es vivir, siendo virtual tal vez sea como mejor se vive, con ese sano propósito de estar entretenido e invisible para el coetáneo, que es cualquier cosa menos sensato, en los tiempos que vivimos. De manera que, desde esa ignorancia de mí mismo, paso a ilustrarles con lo que se me pasea por las asaduras del pensamiento.
9 NÚMEROS
El uno me lleva al recuerdo de Cole Porter: “Nigth and Day you are the one”, que el recordado Cary Grant inmortalizó en la película de ese nombre (noche y día), biografiando al bueno de Cole Porter. ¡Qué grupazo de músicos: Cole Porter, Irving Berlin, Stan Getz, Leonard Bernstein, Duke Ellington, Frederick Loewe…! Por cierto, que hace tiempo que me desengañé acerca de la apostura de Cary Grant. ¿Sabían ustedes que usaba bragas femeninas? Según él mismo contaba, su madre le vestía de niña en la infancia y ello le dejó el trauma de la braga. A veces, incluso gastaba enaguas. No era homosexual, salvo con Randolph Scott, que tenía un bujerillo lindo, según Cary Grant. pero sí usaba bragas y orinaba sentado, según cuentan sus amantes. Aunque además de eso era bastante hijo de puta. Por ejemplo, odiaba a Ingrid Bergman, tal vez por ser una sueca de armas tomar, de las que te dan un guantazo y has de visitar al dentista. Bien, pues en la película “Notorius” (encadenados, en España), de Hitchcock, se inflaba a mascar ajos cuando tenía que besarla o estar próximo a ella, sabiendo que a Ingrid le repugnaba el ilustre bulbo. Por cierto, que Hitchcock tiene una traducción execrable en castellano. Hitch significa tieso o tiesa, y cock puede significar la gallina jóven, o sea…
El uno puede ser significativo de triunfo, pero igualmente de fracaso, como el primero por la cola o el enemigo público número uno. Igualmente es el jefe de SPECTRA, la organización contra la que luchaba antaño el ínclito Bond, James Bond, alias 007, con licencia para matar. Bloffel, uno de los más famosos jefes de SPECTRA, siempre tenía un gato de Angora, al que pasaba la mano en actitud sedante. El primer Padrino (Marlon Brando) tampoco andaba falto de gato. El gato es una mascota propia de malvados y el perro de bondadosos, salvo en Inglaterra, que suele ser al revés. Recuerden el famoso perro de los Baskerville, donde Sherlock Holmes (Basil Rathbone) se lucía en sus deducciones. Ello es debido a su manía de conducir por la izquierda, muy probablemente. El uno es el líder de lo bueno y de lo malo. Cuando es de lo bueno, se trata de un ser bastante gilipollas, que lo martirizan y sufre muchísimo, hasta que termina en un hospital o en el vivero de las malvas, momento en el que pasa a ser querido y admirado por todo el mundo, tal como dice la copla:
Aunque del orbe haya sido
Este prócer admirado,
¡Menos mal que ha fallecido,
que no le habíamos pagado!
De ahí la inveterada costumbre de “a borrico muerto, cebada al rabo”. Los malos. Por lo menos, tienen un buen pasar –cuando poco– y se divierten bastante. Eso sí, a la más mínima, se los cepilla alguien, de manera que su seguridad personal es siempre precaria.
El número uno, al igual que el cero, es objeto de diversos convenios y cambalaches. Por ejemplo, ¿por qué cualquier número elevado a cero es igual a la unidad?, pues por convenio. ¿Qué hay una demostración…?, ¡anda ya! El uno es múltiplo de todo y, por tanto, divisor de todo. Es contemporizador, pues al dividir no modifica nada. Tal vez sea un poco cagueta. Es un número primo y es el único número que, en la sucesión de Fibonacci, se suma a sí mismo. Suma y resta discretamente, por lo general, salvo que trabajemos con números decimales. Si exponenciamos a uno, no exponenciamos gran cosa, pues nos quedamos como estamos. Pero tiene una gran virtud, que es la de separar los números enteros. En la sucesión de números enteros, cualquiera de ellos es uno más que el anterior y uno menos que el posterior.
La unidad de medida se dice del valor que se incrementa en sí mismo cuando efectuamos dicha medición. El metro, por ejemplo, o el segundo, o el kilogramo. A esa unidad se refiere todo. En medicina se habla de unidades formadoras de colonias, por ejemplo, en microbiología, de unidades internacionales de glucosa o de unidades de tensión, que se valoran en milímetros de mercurio. Cuando vamos al teatro, el aforo del mismo se mide en localidades, siendo esa localidad la unidad de medida. Yo cada vez cuento más con los dedos y cada uno de mis dedos es una unidad. Cuento con los dedos por aquello de comprobar que los tengo, no vaya a ser que me haya dejado alguno por alguna parte.
Todos buscamos la singularidad, porque ello nos afirma como seres vivos con conocimiento propio. Nadie busca ser plural, salvo cuando va en una manifestación, al fútbol o a los toros. Por cierto, que lo peor de los toros es desmochar. Imagino que tendrán grandes dolores de cabeza, como cuando se echan los dientes. Los cuernos suelen ser dolorosos en su gestación, pero elegantes y distinguidos en su alterne. Nada como alternar con una buena cornamenta, pues ello te aproxima al vecino, que probablemente también la lleve. Ahora que viene la primavera es muy importante pulirse la cuerna, e incluso yo le daría algo de barniz acharolado, que causa una mejor impresión. Se ha de pasar un papel de lija para matar las puntas, pues siempre es más propia de señores una punta roma, puesto que la punta de filo es signo de poca madurez y demasiada bravura para coexistir. Tras la lija, se iguala con cera y luego se le da el charol. Tendrán ustedes una cuerna extraordinaria. Estas operaciones revisten especial importancia en gerentes y acólitos, porque topar sí, pero siempre con elegancia y distinción. ¡Qué hermosura, ver brillar la cuerna de un mandante (o mangante) al amanecer! Especialmente si es corto de cuello, que es cuando se destaca más. Una cornamenta singular.
Por eso mismo, hablamos de unir cuando juntamos dos o más partes en una sola. Pero esta no es una costumbre que se practique mucho en España, sino más bien en gentes del extranjero. La unión hace la fuerza, se dice. La unidad es la fortaleza de los débiles, también se cuenta. Pero ni flautas. España es como el agua, el alcohol y la acetona juntos. Jamás seremos bistec, pues no pasamos de ser sopa, pero una sopa muy especial, pues posee tendencias centrífugas notables. En contadísimas ocasiones hemos llegado a ser puré, pero siempre con tropezones, sin haber solidificado jamás en una sola cosa. Ello es debido a que el clima da felones: los de Viriato, el obispo don Opas, el conde don Julián, Bellido Dolfos, Enrique de Trastamara, Antonio Pérez, la princesa de Éboli, El Conde-Duque, Felipe V, Fernando VII, los carlistas, los nacionalistas… Ya lo dice la letrilla:
Un felón es un señor
Que se da muy buena maña
En no parecer traidor
Y en residir en España
Pero es que el uno puede indicar una situación de indeterminación: uno cualquiera, uno u otro, uno de esos… Por eso el uno necesita reivindicarse como número mágico. Porque desde el ábaco a nuestros días, desde la escritura cuneiforme a la simbología matemática, el uno ha defendido, guardado y protegido a la humanidad frente a las insidias del dos y del cero, que me consta le tienen bastante envidia. Quien mejor lo sabía esto eran los pistoleros, que hacían una muesca en la culata de su revólver cada vez que se cepillaban a uno.
El uno es fundamental en la cultura cristiana, como lo es en la hebrea: un solo Dios. Los egipcios, los griegos, los indios… Todos poseían muchos dioses. Por eso resulta ser un grandísimo avance la unificación divina en un solo Dios. En primer lugar porque es lo lógico, y en segundo lugar porque es lo consecuente. Uno no puede pasar la vida en adoración de cuarenta dioses, que además se llevan mal los unos con los otros, que tienen un genio endemoniado y que exigen unas cosas complejísimas, desde comidas execrables hasta sacrificios humanos propios o ajenos. Esos diosecillos no son serios, porque cometen las mismas pillerías que los humanos. La realidad es que nadie sabe de dónde viene ni a dónde va, de manera que la preocupación al respecto, huelga. Utilizar la fe en perjuicio ajeno, independientemente de que uno se beneficie o no, es una solemne canallada y una notable sandez. Lo es por dos razones, la primera porque se suele cumplir el principio dinámico que dice que “a toda fuerza de acción se opone otra de reacción, del mismo grado y de sentido contrario”. Es una mera cuestión de tiempo. Nada más. La segunda es porque perdemos la confianza en nuestra seguridad y ello nos obliga a efectuar grandes gastos que jamás llegan a garantizarla del todo.
Los eslabones son subunidades de la unidad llamada cadena. Cuando nosotros tratamos de aproximarnos al álgebra moderna, al álgebra de Boole, vemos que los elementos se asocian con respecto a criterios, de manera que varias unidades comparten un criterio común que las asocia. Es el caso de la cadena o el caso de los habitantes de una ciudad. La unidad puede expresarse asociativamente, que es lo común, obteniéndose el conjunto o grupo de elementos o individuos. Pero a veces la unidad posee tendencias disociativas, como el goteo del agua de un grifo, la moltura del trigo, las raciones de una tarta o las manzanas de un árbol. En ocasiones, los elementos se comparten, como es el caso de las cooperativas, donde todos los elementos son proporcionalmente comunes a sus miembros, según la inversión previa o aportación que hayan hecho. Igual sucede en las sociedades anónimas y, sobre todo, en las de responsabilidad limitada. Aquí la unidad es de todos y se reparte proporcionalmente el beneficio que genera, de acuerdo con la inversión previa de cada uno para conseguirlo.
Y un paso más es nuestro pensamiento, porque jamás pensamos de igual forma dos veces la misma cosa. Ello se debe a que estamos sometidos a la evolución de una manera permanente. Por ejemplo, yo puedo decir que soy alto, pero…
¿qué significa eso? Sería un concepto indefinido si previamente no acotamos el concepto de alto, talla media y bajo, de acuerdo con unos límites prefijados. Ahora bien, si nuestros vecinos fijan otros puntos de corte, a lo mejor para ellos seré bajo. Debemos admitir, por tanto, la relatividad de nuestro pensamiento con respecto a un hipotético pensamiento medio que desconocemos. La unidad, en este caso, es desconocida. Y volviendo al tema de las religiones, a propósito de que hoy es Domingo de Ramos, es imposible ponerse de acuerdo al respecto.
La vida es una broma preciosa. No sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos. Desconocemos el sentido de las cosas, así es que ¿para qué vamos a martirizarnos los unos a los otros, si siempre son más rentables los acuerdos? Solo los bobos son intolerantes, porque esto, que es algo sencillísimo, no son capaces de comprenderlo. Y hay muchos, sin duda.
El uno, aquello que rige nuestras vidas es, sin duda, una utopía. Si no lo fuera, tendríamos claro su sentido. Porque mi uno puede ser completamente diferente del que cree el vecino. A lo mejor mi uno es el infinito y el suyo, la nada, por ejemplo.
Tal vez debiera de dejar el Jack Daniel’s una temporada.
Francisco Hervás Maldonado es Coronel Médico en situación de Reserva, Dr. en Medicina y Director del Grupo de Estudios clínicos en Lógica Borrosa. Fue Jefe de Servicio en el Hospital Central de la Defensa y Profesor de Ciencias de la Salud (Universidad Complutense de Madrid). Ha escrito varios libros y numerosos artículos relacionados con Gestión y Matemáticas de la Salud. Entre sus aficiones destaca la música y la literatura.
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