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Al hombre siempre le admiró el cobre, elemento cobrizo, rojo salmón con llamativos reflejos metálicos. Entró en la mitología cuando Afrodita, emergiendo de las olas, se miró a un espejo de Cu para comprobar su atracción sobre los hombres. Es tan importante para la humanidad, que es referencia de algunas Edades del hombre.
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Se conocía hace más de 7.000 años, aunque pedagógicamente nos enseñaron a situar la Edad del Cu en el tercer milenio a. C. Le siguió la Edad del Bronce, referido a la aleación Cu-estaño. Luego se popularizó el “despectivo” latón, aleación Cu-zinc, cuya importancia quedó ensombrecida por el hierro, que mereció cerrar la Edad de los Metales. El cobre siguió protagonizando buena parte de las actividades humanas durante la Edad Media y Moderna. Candelabros, braseros, campanas, cañones, calderos, alambiques, serpentines,…dan idea de su importancia.
En algunas culturas se valoraba más que el oro por su vistosidad y aplicaciones. Por ejemplo, los taínos centroamericanos tenían al “guanin”, amalgama de Cu, oro y plata, en alta estima. El oro estaba al alcance de quien lo encontrara; el “guanin” era exclusivo de gente superior, que supiera y pudiera prepararlo. Hay que entender el valor dado por los indios al latón y bronce procedentes de España. Chocaron dos culturas a través de tres metales: oro, plata y Cu.
En la Edad Contemporánea un solo ejemplo puede ser suficiente: su conductividad y eficiencia permitió cubrir nuestro planeta de redes eléctricas.
La Medicina científica no surgió de manera espontánea, ni sus artífices desarrollaron sus teorías de forma intuitiva. A mediados del XIX, Napoleón III encargó a Pasteur estudiar el avinagrado del vino. Descubrió que era una “enfermedad” con una causa: los microbios productores de ácido acético. Propuso como tratamiento, con escaso éxito ciertamente, controlar la oxigenación y temperatura de fermentación. En esa época los viñedos padecían tres epidemias: oidium, hongos sensibles al azufre, mildiu, hongo resistente desconocido y el nuevo insecto de la filoxera. ¡Una catástrofe para Francia!
En 1.885 Millardet conoció el caso de un agricultor, harto del robo de uvas, que envenenó las vides lindantes al camino. Al poco tiempo, todas las cepas del entorno sufrieron el mildiu, menos las envenenadas. A duras penas se logró del agricultor que confesara la naturaleza del veneno: cobre con cal apagada, convirtiéndose en el tratamiento del mildiu. Louis Pasteur sintetizó el problema general: “Cada enfermedad, una causa; cada causa un tratamiento.” Este principio lo aplicó él mismo en su investigación de las enfermedades de los gusanos de seda, de las gallinas y humanas. Se estaba cimentando la Medicina científica.
El cobre se encuentra en la naturaleza como metal, oxidado o en diversas asociaciones. ¿Cómo se incorpora desde la naturaleza a los organismos vivos? Por diferentes mecanismos, destacando el bacteriano. Millones de años antes del hombre, algunas especies, como Acidithiobacillus ferroxidans, ya sabían separar el Cu del azufre y del hierro. Estos microbios, habituales en yacimientos de Cu, utilizan un método muy sencillo denominado biolixiviación. Oxidan el azufre y el hierro utilizando el oxígeno como aceptor final de electrones, obteniendo energía y cationes metálicos solubles purificados. Actualmente se utiliza este método en plan industrial.
Las bacterias, primeras células vivas sobre la faz de la tierra, necesitaron para sobrevivir neutralizar el veneno atmosférico que las envolvía: el oxígeno. Inventaron un sistema enzimático con cobre, exportado a las células superiores. Es la superóxido dismutasa, antes llamada hemocupreina, defensa antioxidante fundamental en las células expuestas al oxígeno. Este sistema adquiere un papel relevante en el reino vegetal que supo incorporarlo a la clorofila y a la hemoglobina en el animal. Hoy no podríamos entender la vida sin sistemas como los citados o el de la citocromo oxidasa, y otras proteínas, también con cobre incorporado. Como se ve, estamos ante un elemento fundamental en los fenómenos de “respiración” con sus múltiples facetas.
Son interesantes las iniciativas actuales para demostrar la contaminación de objetos de uso cotidiano (pasamanos, pomos,…) y la consiguiente acción del cobre. Pero el interés es histórico: egipcios y griegos, quizás como signo de distinción, lo utilizaron en vasijas, brazaletes y adornos. Sabían también que les protegían de enfermedades.
Experimentalmente se ha demostrado menor supervivencia de patógenos en superficies de cobre que de acero inoxidable. Recientemente se ha comprobado la propiedad de este elemento para dificultar la transferencia bacteriana de plásmidos de resistencia a antibióticos. En las monedas de euros, se ha demostrado que las de menor valor, con mayor proporción de Cu son las menos contaminadas. Paradójicamente, la gente prefiere poseer las más contaminadas. Destacan los ensayos incorporando fibras de Cu en toallas, ropa interior, calcetines y plantillas. La acción fungicida y bactericida previenen el mal olor, el pie de atleta y otras infecciones. En los hospitales, donde se ha probado su incorporación a objetos y superficies de áreas críticas, se observó una reducción notable de la infección hospitalaria.
Si es tan bueno para tantas cosas, ¿por qué no se ha generalizado su uso? El precio, la tecnología, la potencial toxicidad y la falta de investigaciones serias seguramente tienen la culpa.
La llegada al organismo humano no tiene problemas. Habitualmente inhalamos pequeñas cantidades con el aire contaminado, incendios forestales o polvo de minas. Lo ingerimos con agua circulante por tuberías de Cu y alimentos: carne, mariscos, frutas, verduras, legumbres, etc., siendo las necesidades muy bajas. Uno-dos miligramos diarios son suficientes, lo que explica la rareza de cuadros deficitarios. El cobre total no supera los 100-150 miligramos en el organismo humano, que regula el sobrante eliminándolo por vía biliar. Las deficiencias se relacionan en general con trastornos nerviosos, inmunológicos, de pigmentación y anemia. En niños, las carencias cursan con diarreas, desnutrición y mala absorción en enfermedad celíaca, fibrosis quística, dietas restrictivas, etc.
Como elemento farmacológico se asocia a suplementos dietéticos, vitaminas y minerales. También se emplea como agente antiséptico y astringente. Con los vendajes impregnados en sales de cobre usados para amplias quemaduras, cuando se mantienen demasiado tiempo, puede pasar Cu a sangre. No se debe olvidar el Cu de los dispositivos intrauterinos, usados para prevenir el embarazo por la inhibición de los espermatozoides. En los procesos de diálisis, cuando ésta es intensa y duradera, se tendrá en cuenta el Cu de los equipos. El único proceso relacionado con el cobre directamente es la Enfermedad de Wilson, hereditaria y recesiva. También se le ha responsabilizado de procesos como la Esclerosis Lateral Amiotrófica, mortalidad perinatal y carcinoma hepático; pero no hay pruebas concluyentes.
Las intoxicaciones se deben a los iones Cu libres formadores de compuestos insolubles, con alteración de enzimas respiratorios y del parénquima hepático. Las formas crónicas se explican por acumulación e insuficiencia hepática y las agudas por ingestión masiva. Se traducen en hemólisis y alteraciones hepática, renal, pulmonar y cardiaca sobre todo.
Los envenenamientos agudos son accidentales, laborales o suicidas. En ingestiones accidentales se produce un vómito reflejo inmediato, que elimina la mayor parte del tóxico ingerido, por lo que el pronóstico no suele ser grave. Cuando está implicado el sulfato de Cu el vómito es azulado con sabor dulce metálico. En la intoxicación aguda por inhalación se describe: ardor y sequedad de mucosas, tos, estornudos, voz ronca y, en intoxicación aguda, disnea y asfixia. En trabajadores del Cu puede darse la “fiebre de la fundición”: escalofríos, sudoración, alucinaciones, etc. Se resuelve con unas buenas vacaciones, como la mayoría de los problemas laborales.
Importancia en el medio rural y agrícola. La mayoría de las intoxicaciones se dan en el ámbito rural. Era costumbre en algunos ambientes, sobre todo rurales, utilizar almireces, perolas y calderos de cobre, donde puede aparecer la “pátina de cardenillo”. Se forma en estos recipientes por oxidación del Cu en medio húmedo y ácido conteniendo alimentos fermentados por microorganismos. El color verde azulado, sabor avinagrado y olor agrio, que denotaría su toxicidad, queda enmascarada por salsas y condimentos. Son casos raros gracias a los anticuarios, practicantes de una especial Medicina Preventiva: acabaron con el uso doméstico de los recipientes de Cu. En las precarias economías rurales estos profesionales hicieron compras masivas, resolviendo problemas puntuales a muchas familias. Actualmente la mayoría de las piezas se utilizan como recuerdos y en decoración.
La ingestión accidental de compuestos de cobre, utilizados en jardinería y agricultura, se debe habitualmente a errores de frascos mal etiquetados. El pronóstico es leve cuando se recibe rápida atención (lavados gástricos y antídotos). Si se demora la asistencia, como sucede en aldeas aisladas o conductas suicidas, el pronóstico es peor.
En el juicio sobre el Cu prevalecerán los beneficios sobre las coyunturales toxicidades, por lo que será declarado inocente con todos los pronunciamientos favorables.
Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.
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