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La Enfermedad del Sueño es una maldición por sí misma. La misteriosa África, tan cercana como lejana, siempre sufrió de ignorancia, maldiciones y tragedias. Los desiertos, los grandes ríos, la selva y la costa han constituido escenarios sanitarios de extrema crudeza. Las enfermedades tropicales, especialmente encefalitis y procesos hemorrágicos, supusieron una barrera infranqueable para los europeos. Un enfermo de origen africano sigue encendiendo todas las alarmas occidentales.
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¿Qué ha supuesto la Enfermedad del Sueño? el peor de los sueños posibles, por supuesto nada reparador, alentado por las leyendas más demoledoras. Hasta el siglo XX, solo había certeza absoluta con el pronóstico, y no era nada favorable; cercano al 100% de mortalidad. Hoy conocemos la etiología- protozoos del género Trypanosoma– y el diagnóstico adecuado, pero el tratamiento y las medidas preventivas siguen siendo discutibles. En definitiva, la historia, la ignorancia, los misterios y las tragedias originan tantos escenarios y leyendas como el lector quiera imaginar.
Escenario socio-demográfico. La tripanosomiasis imposibilitó la explotación agrícola y ganadera (vacuna y equina) y el retraso respecto a Occidente resultó insuperable. Es difícil imaginar las comunicaciones y la guerra sin la caballería. Es decir, la tripanosomiasis formó un muro inexpugnable, garante de la pobreza y del retraso subsahariano. Conviene añadir que la esclavitud resultaba muy atractiva para los europeos, necesitados de los indígenas para la explotación de las colonias. Aunque fue abolida a mediados del XIX, siguió con diversas modalidades. ¿Hasta cuándo?
Escenario político. En la Conferencia de Berlín, 1884-85, Francia, Inglaterra y Alemania pujaron por el reparto del poder en África. Se verificaba la pérdida de la influencia europea en América y la entrada en el siglo XX, el de las grandes guerras. Los mismos países dominaron las revoluciones científico-sanitarias con la frecuente mirada puesta en África, y no fue casualidad. El éxito de las colonizaciones dependía en buena medida de la seguridad sanitaria.
Escenario epidemiológico. Las leyendas locales y las prácticas del tráfico de esclavos, descartando a los enfermos, eran la única información disponible. La 1ª epidemia documentada, fue la de 1902-03 con más de medio millón de muertes, la última de 1970. El descubrimiento de la mosca tsé-tsé como vector solucionó pocos problemas. Se sigue discutiendo sobre deforestación, control de márgenes de ríos, insecticidas, manipulación genética, esterilización de insectos, etc.
En el siglo XIX y XX numerosos científicos se interesaron por el tema. Por algo sería. Destacaron los franceses (Laveran, Mesnil, Béchamp …) e ingleses (Bruce, Dutton, …), que descubrieron los tripanosomas y un posible tratamiento, el atoxil (derivado arsenical). Los alemanes (Ehrlich, Bertheim, Roehl, …) iban a lo suyo en terapéutica. Ehrlich, con sus colorantes, estableció el principio quimioterápico de toxicidad selectiva y de la barrera hematoencefálica, claves en la enfermedad del sueño o en la sífilis.
Las investigaciones de Ehrlich estaban centradas en los colorantes frente a tripanosomas y treponemas, inicialmente considerados del mismo grupo. De pronto, llegaron las noticias de Liverpool sobre el derivado arsenical y el escéptico Ehrlich debió abandonar su línea de investigación, pero solo lo hizo en apariencia. Comenzó su trabajo con los arsenicales para que Alemania tuviera su parasiticida y logró que toda Europa estuviera pendiente de su laboratorio.
Tras probar más de 600 derivados arsenicales, aumentó la actividad frente a tripanosomas, pero a costa de la toxicidad. Otro compuesto, el 606, con el hidroxilo modificado, resultó poco tóxico, pero era inactivo frente a los tripanosomas. Sin embargo, era muy activo frente al treponema de la sífilis. Había descubierto el “Salvarsán”, arsénico salvador, pero Europa esperaba otra cosa, algo para los tripanosomas. Paradójicamente resultó decepcionante hasta el punto que Ehrlich no sabía cómo colocar su producto; lo regalaba a conocidos y visitantes.
Terminada la 1ª Guerra Mundial, con Alemania derrotada, los colonizadores chocaron de nuevo con la realidad africana de la enfermedad del sueño. Se reactivó el interés por los tratamientos de las parasitosis en general y las encefalitis en particular. Vieron que los nuevos medicamentos no cubrían las expectativas necesarias. Ehrlich, que nunca olvidó sus colorantes, había encargado la continuidad a su colaborador Roehl. Éste, con la financiación de la Bayer, siguió con el azul tripán hasta lograr el “Bayer-205” (suramina o germanina)
En este contexto, un secreto a voces recorre Europa: ¡el laboratorio de Medicina Tropical de Hamburgo ha descubierto la panacea para las enfermedades tropicales! Todos sabían que, por lógica, los alemanes mantendrían el secreto hasta tener controlada la comercialización. En 1920, un químico francés desveló que la droga alemana era específica para la tripanosomiasis. La Oficina Colonial inglesa pidió a la metrópoli obtener el medicamento “sin escatimar esfuerzos”. Petición difícil de atender.
Inesperadamente, desde Hamburgo los alemanes emiten un comunicado. “Hemos perfeccionado una droga que será un remedio específico contra la enfermedad africana del sueño, la hemos llamado Bayer 205 o Germanina. Por el momento no estamos preparados para desvelar la fórmula”. Europa quedó estupefacta. Ingleses y franceses quisieron hacer valer de inmediato la victoria bélica sobre Alemania.
La reacción alemana llegó con unas rotundas declaraciones. “La germanina es la llave del África tropical y por tanto de las colonias. Exigimos al Gobierno la salvaguardia de este descubrimiento para Alemania. Su valor es tal, que el principio de compartirlo con otras naciones estará condicionado a la restitución del imperio colonial alemán”. El titular de la noticia entre los aliados estaba servido: “Alemania exige las colonias a cambio de su droga secreta”.
La situación se suavizó cuando un enfermo inglés, desahuciado, fue tratado y curado en Hamburgo. Los alemanes suministrarían el medicamento necesario con la condición de que no fuera analizado. ¡Tremenda ingenuidad!, les faltó tiempo a ingleses y franceses para desentrañar el secreto. Fourneau del Instituto Pasteur, logró, nadie sabe cómo, una pequeñísima cantidad de “Bayer-205”, insuficiente para resolver un enigma de alto valor económico.
Entonces todo el equipo del Pasteur se volcó en revisar miles de patentes, estudiando unas 25 similares. Una de ellas tenía el mismo aspecto, color, punto de fusión y peso molecular que la muestra de referencia y, como trofeo personal, la denominó “Fourneau 309”. Patentó “su” producto en varios países mientras los alemanes perdían el tiempo protestando y negando la realidad.
Quince años más tarde se repetiría la historia con los mismos escenarios: “IG. F. Bayer” y el Instituto Pasteur. El medicamento secreto en este caso fue el “prontosil” y Domagk, la víctima oficial. Sin embargo, el espía siniestro fue el mismo del “Bayer-205”, Ernest Fourneau, ayudado en este caso por Levaditi y los esposos Trefoüel. El guion y los resultados fueron similares.
Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.
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