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Temas
Toda la vida de un Departamento universitario de Medicina giró siempre en torno a la Biblioteca y el laboratorio. Cuando en 1985 llegué al Departamento de Microbiología, me entusiasmó la Biblioteca: luminosa, amplia, acogedora, con tres grandes mesas de sólida madera y preciosas estanterías, clásicas, de madera y cristal, repletas de libros perfectamente ordenados; es decir, un tesoro para un universitario.
En pocos días verifiqué la decepcionante realidad. Allí no entraba nadie, salvo para esporádicas reuniones; las escasas colecciones de revistas científicas estaban sin actualizar desde hacía años y los libros de ediciones viejas, desfasados por los avances científicos. Muchos años sin dinero que se desviaba a las Bibliotecas centrales. La realidad se impuso y todos apoyamos su transformación en laboratorios.
Otra de mis debilidades fue la Biblioteca de la Facultad de Medicina; seguramente la más importante de España, con gran número de títulos en materias como la tuberculosis, el paludismo, la gota, las intoxicaciones o la Medicina Colonial y Tropical. Me pasaba horas acariciando las magníficas encuadernaciones y hojeando tesis doctorales, monografías y libros de texto de nuestros clásicos (Cajal, Tello, Letamendi, Marañón,…). Miles de volúmenes catalogados y bien ordenados, cuya consulta pública era excepcional; Eso sí, la sala de lectura siempre está muy concurrida de estudiantes aplicados a su ordenador.
Los volúmenes más valiosos, fueron trasladados a la Biblioteca Central (“Marqués de Valdecilla” en San Bernardo). El traslado se hizo por seguridad para evitar accidentes, como la inundación sufrida en Medicina con importantes pérdidas. Históricamente las bibliotecas han desaparecido por inundaciones, incendios, vandalismo o, la causa más frecuente, la desidia.
*Hace meses visité de nuevo la Biblioteca Central de la U. Complutense (San Bernardo) con sus impresionantes fondos de Medicina. La visita me resultó emocionante –como siempre- y desoladora a la vez. Los recortes de personal, el taller de restauración y encuadernación prácticamente inactivos, la ausencia de investigadores y lectores, la escasa iluminación de algunas zonas…me hicieron pensar que la Biblioteca era una especie de museo, que sólo daba sentido al mantenimiento del edificio ocupado, el antiguo Noviciado de los Jesuitas. Menos mal que el personal, el que queda, amable y “con oficio”, neutralizaron parcialmente las sensaciones negativas.
*¿Y el resto de las grandes Bibliotecas? Opino que el problema es general. Hace 3 años se hizo público un análisis de la Universidad de Indiana-Pensilvania, destacando que el 48% de los 480.000 ejemplares de su Biblioteca no se habían consultado en los últimos 20 años y otros tantos sólo 1 ó 2 veces. Como no se trataba de incunables ni similares, resultaba una inversión tan ruinosa para la Universidad, que obligó a tomar decisiones drásticas: retirar 178.000 volúmenes de las estanterías, reducir nuevas adquisiciones y reconvertir espacios y personal, entre otras medidas.
*En los centros sanitarios, las Bibliotecas centrales no corren mejor suerte. Es cierto que destilan vitalismo: repletas de jóvenes- especialmente en épocas de exámenes-, luminosas, silenciosas, con cómodos asientos y buen ambiente. Pero no nos engañemos, se trata de salas para trabajar con el ordenador, que perderán pronto interés. Los alumnos prefieren espacios donde trabajar y debatir en pequeños grupos. Es raro encontrarse científicos peticionarios de libros o revistas. Las estanterías con sus libros parecen de decoración y el personal de plantilla, cada vez de más edad y más escaso.
Y lo mismo ocurre con las Bibliotecas de los Servicios asistenciales, transformadas en salas de reuniones, cuando no en comedor de guardia o en simples almacenes de libros, ejemplares de Tesis, legajos de documentos y de ensayos clínicos.
Los avances médicos dejan “en fuera de juego” cualquier libro publicado en pocos días. Todo es “on line”. Hace 3-4 años aconsejé a una Editora de monografías sanitarias, que regalara las sobrantes a las Bibliotecas hospitalarias en vez de reciclarlas a papel. La respuesta me hundió: “la distribución es costosa y el Hospital no las quiere”.
Hubo un tiempo en que las Revistas Científicas dinamizaron las Bibliotecas. Parece que hoy van por otro camino. El impacto de la Investigación, la inercia o intereses inconfesables explican la situación que denunciaba A. Villareal en 2018: los editores de revistas científicas facturan a Instituciones Científicas españolas más de 40 millones de euros/año, a pesar de las numerosas ediciones gratuitas (“on line”, de sociedades nacionales o de estudios subvencionados por Organismos Oficiales que deben ser de acceso libre y gratuito durante 2 años mínimo). Además el contenido de las revistas, como el de los periódicos, es efímero. Coincidimos con Corpus Barga:”el periódico de ayer es viejo pero el de hace un siglo tiene una inesperada actualidad”.
¿Qué se está haciendo? : centralizar y asegurar la conservación de los libros valiosos, digitalizar fondos cuando hay presupuestos, establecer redes, reconvertir personal y espacios, etc.; en resumen, cambiar el escenario rápidamente para revitalizarse y competir. No en vano la existencia y funcionamiento de la Biblioteca son parámetros importantes para valorar la calidad de la Institución a la que pertenece.
Según su página web, la Complutense es desde 2010 socio de la “Hathistrust Digital Library” incluida en la “Library of Congress”, una magnífica red que preserva y asegura a largo plazo los fondos digitalizados, correspondientes a más de 16 millones de volúmenes. La Biblioteca complutense aporta 121 mil volúmenes digitalizados libres de derechos de autor. Una enorme labor, que garantiza seguridad y futuro, aunque los resultados estén por definir.
Frente a esta situación observamos la resistencia de los nostálgicos bibliófilos, más románticos que eficaces. La Biblioteca fue siempre un recinto “sagrado”, “terapéutico”, intocable, donde se imponía y ejercía la autoridad científica; queda para muchos la secreta esperanza de recuperar viejos tiempos, releyendo el cuento “La Biblioteca de Babel” de Borges.
Algunos privilegiados, propietarios modestos, o no tan modestos, vislumbran el negro futuro inmediato de sus libros: en su casa no caben más, el carísimo espacio hay que liberarlo por imperativo familiar. Salvo excepciones, el valor es menor que el del propio papel; y los herederos tienen otras especialidades, aficiones y miras de futuro, pero no comprenden que perder un libro es una mutilación ¡y eso duele!
Hablo con muchos amigos maduros y la mayoría sienten y sufren similar nostalgia por las Bibliotecas que se nos van. ¿No se puede encontrar alguna solución? ¿No podríamos desarrollar la “Bibliotecoterapia” para enfermos crónicos, alumnos románticos, sanitarios estresados y docentes nostálgicos? ¿O alguna iniciativa lógica, qué se yo, para mantener la ilusión al menos?
Por si faltaba algo, llegó la pandemia de COVID y se decretó el cierre de Bibliotecas, entre otras medidas. Puede suponer la ejecución de la sentencia de muerte para estos centros.
Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.
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