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Si a las dificultades idiomáticas añadimos la jerga de los científicos y/o especialistas es para preocuparse, pero también tiene su sentido casi divertido; buscaremos en esta “píldora” algunos ejemplos curiosos. Si aceptamos que un idioma, como sistema de signos lingüísticos, da a una comunidad de hablantes una cierta identidad, el «tecnolecto» microbiológico es un hecho diferenciador para los microbiólogos e infectólogos.
Pero es más, dentro mismo de la microbiología encontramos también jergas diferentes entre los estudiosos de la virología, la genética y los antimicrobianos, por ejemplo. ¿Qué dimensión tiene la jerga antimicrobiana? Es imposible establecerla porque utiliza el lenguaje médico general, del que los diccionarios especializados incorporan entre 50.000 y 100.000 voces, y es preciso resaltar que la genética, la inmunología, la biología molecular y la quimioterapia se nutren mutuamente de términos. Por tanto, es difícil estimar los límites, pero no menos de 2000 o 3000 términos son específicos de la quimioterapia antimicrobiana.
Hay que recordar que una persona con nivel cultural medio no utiliza más de 1500-2000 voces.
Como el campo de la microbiología y concretamente el de los antimicrobianos ha evolucionado tan rápidamente, para denominar fenómenos y conceptos, que se ha echado mano de analogías surgiendo bastantes polisemias. Es habitual manejar términos como tolerancia, modelo, patrón, cepa, aislado, palindrómico, vida media, diana, dosis de ataque, de refuerzo, neutralización, resistencia, estrategia, política de antibióticos, “bala mágica” etc. Incluso los términos antibiótico, quimioterápico y antimicrobiano se siguen utilizando indistintamente.
Una de las cuestiones más curiosas es el “bautizo” de antimicrobianos pues cada descubridor utiliza argumentos diferentes. Por ejemplo Ehrlich, al número 606 de sus preparados, lo denomina salvarsán (arsénico salvador) y al 914, neosalvarsán (nuevo salvarsán) Previamente había trabajado con el rojo tripan (colorante ensayado para tripanosomas). Posteriormente, Fleming obtiene de moco nasal una sustancia lítica frente a una bacteria, que denominó Coccus A.F. (de A. Fleming).
En la presentación del trabajo su maestro, Wright, denomina a la bacteria, con sorpresa de Fleming, Micrococcus lysodeikticus (del griego «indica lisis»), y a la sustancia lítica la denomina lisozima. Unos años más tarde, de nuevo Wright denomina «penicilima» a la sustancia obtenida por Fleming. Éste, por llevarle la contraria, indica a su maestro que se parece más a la tripsina, razón por la que hablamos hoy de penicilina. A partir de las sulfamidas y las penicilinas se suceden los descubrimientos con una velocidad de vértigo.
Pero, ¿cómo se «bautizan» los antimicrobianos? En este primer momento, las siglas y los números se utilizaron profusamente, pero ya empezaban las discrepancias: los ingleses utilizaban números para denominar las distintas penicilinas, mientras que los americanos utilizaron letras (penicilina X, G, F o K). La utilización finalmente de la penicilina G (benzilpenicilina) en la clínica nos va indicando quién ostentaba el poder.
Algunos nombres se establecen por sus características como aureomicina (amarillo) vancomicina (de vencer) magainina (del hebreo “escudos”). Otros reconocen su origen de producción, penicilina (Penicilium) fumigatina (Aspergillus fumigatus) estreptomicina (Streptomyces) o la bacitracina (Bacillus subtilis variedad tracy).
Los epónimos son frecuentes en métodos, fenómenos, medios especiales etc (Kirbi, Eagle, Hinton etc) pero también tenemos algunos en microorganismos productores de antibióticos como Streptococcus venezuela(cloranfenicol), Streptococcus mediterranei (rifampicina) o Streptococcus lozoyensis (por el Lozoya, productor de la caspofungina, ha leído bien, caspofungina).
Otro epónimo curioso es el de la nistatina, denominado primero como fungidina por Hazen y Brown que lo aislaron en Nueva York, se encontraron poco después que el nombre ya estaba registrado por lo que tuvieron que cambiarlo denominándolo nistatina por New York State (nystatina).
Una de las curiosidades más llamativas es la existencia de sinónimos entre antimicrobianos. En ciencia el uso de polisemias y sinónimos son indicadores de pérdida de rigor. Paradójicamente en el campo de los antibióticos cada uno tiene como mínimo 3 denominaciones: a) la sigla de investigación; la más famosa el 606 de Ehrlich que hoy día va precedida de una ó dos letras mayúsculas que indican la firma investigadora, b) el nombre de la fórmula química y c) el nombre comercial. La mayoría se queda con las siglas y pasan al “limbo”, es decir no se comercializan. Cuando se comercializa se mantienen los otros dos nombres. Pero en la corta historia de los antibióticos ha habido sinónimos llamativos. Por ejemplo:
Otro ejemplo lo constituye la historia de la nomenclatura de la novobiocina. Llamado primero catomicina (aislado de Streptomyces spheroides) se vió que era idéntico al denominado estreptonivicina o albamicina (Streptomyces niveus) y al conocido con el nombre de cardelmicina (Streptomyces griseus). Afortunadamente Finland en 1956 aclaró que se trataba del mismo compuesto y los “bautizó” con el nombre de novobiocina que se aceptó de inmediato.
La proliferación de nuevas moléculas y la «selva» de nombres llevó a la OMS, en los años 1950, a proponer unas reglas generales y universales para denominar a los antibióticos (INN, International Monopriotary Nome, o DCI, Dénominations Communes Internationales). Pero en España, al igual que en otros países, se han ido traduciendo como mejor le sonaba a cada uno. Tras el fracaso de esta época, desde el año 1985 se hacen varias propuestas. En la actualidad la situación ha empeorado aún más, si ello es posible, y ya aparecen comités de denominación incluso en países anglosajones, los más liberales.
En esta jerga no faltan acrónimos y siglas consideradas como máxima expresión del principio de economía que debe presidir el lenguaje. No es un invento moderno. En las pautas terapéuticas se han utilizado siempre las de origen latino b.i.d., t.i.d., q.i.d. (2, 3, 4 veces al día), por ejemplo. Pero con las siglas se pierde precisión porque se pueden prestar a varias interpretaciones, y el abuso de ellas puede hacer ininteligible el discurso.
Sin embargo, los miles de microorganismos (especies, subespecies, etc.), antimicrobianos, técnicas, etc., obligan a su uso. La sustitución de nombres de antimicrobianos por sus acrónimos se abre camino en las publicaciones científicas. Es una solución a la intensa pero necesaria repetición en textos, tablas, gráficos, etc. Vemos cómo tres letras parecen bastar para denominar cada antimicrobiano (CFX, CTX, PEN, AMX, CIP, etc.).
Los parámetros microbiológicos y farmacocinéticos se identifican ya mejor con sus acrónimos que con el propio nombre. Es lo que ocurre con CMI, CMB, Cmax, PAE, PALE, etc. Un artículo que he leído hace unos días contenía en 3 páginas ¡46 siglas! Me costó más desentrañar las siglas que enterarme del contenido del artículo. Creo que todos tenemos experiencias similares.
Una de las principales características del lenguaje antimicrobiano como en todo “tecnolecto” es el de los anglicismos para bien o para mal. Randomizar, susceptibilidad, rango, bomba de efflux, nivel etc. son ejemplos, algunos de los cuales se han incorporado ya al castellano.
La terminología da lugar, con frecuencia a situaciones que rayan en lo absurdo. Hay numerosos ejemplos. No hay que rebuscar mucho: Antibiótico significa antivida; para el antibiograma se usa un cultivo “overnight”, durante una noche cuando queremos decir 18 horas de incubación. Los profanos deben preguntarse qué queremos decir cuando hablamos de Unidades Formadoras de Colonias (UFC) al referirnos a recuentos bacterianos donde solo se cuentan colonias. ¿Podríamos hablar de los gramos como unidades formadoras de Kilos?. Hemos generalizado el “punto de corte” que se refiere a punto de inflexión. ¿Qué diría un matemático al leer una frase como “el crecimiento se produce porque las bacterias se multiplican por división?.
Para ser enfáticos, microbiólogos e infectológos prefieren las esdrújulas. Fonéticamente impacta más antibiótico o quimioterápico que antimicrobiano, fármaco que medicamento, terapéutica que tratamiento. En terapéutica no hay duda, puede ser quirúrgica, médica, sintomática, empírica, etiológica, espedífica… mínimos, tóxicos, pronósticos, etc. persiguen el éxito terapéutico frente al éxitus, gracias a la política de antibióticos.
Seguramente un profano que oiga hablar a un grupo de estudiosos de los antimicrobianos que maneja esos 2 ó 3000 términos técnicos aderezados de anglicismos, siglas, abreviaturas etc. dudará si se trata de arameos, extraterrestres o locos.
Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.
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