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Una noche de estas tengo que hablar contigo, amiga mía, porque me vuelan las horas en el deseo y no me atrevo. Tengo que hablar contigo acerca de las mil cosas que no son importantes, pero que forman nuestro mundo inocente y pequeño. Quiero decirte que me duelen las manos con el frío, que mis huesos se van deformando por la artrosis y que cada mañana, cuando voy a trabajar, lo hago a regañadientes, pidiéndole a Dios que me libre de la pesadilla de vulgaridad y codicia en la que me metí y de la que no me dejan salir. No me cabe duda de que lo sabes, pero aún así quiero decírtelo, puede que por egoísmo y seguramente como autoterapia necesaria para la angustia en que vivo. Sabes, porque conmigo los has padecido, de los guiños que mi corazón le hace a la muerte, afortunadamente tímidos y de muy poco calado, pero ahí están: mágicos e insinuantes, como los gestos de una rapaz al acecho, lejana, pequeña, dubitativa…, aunque siempre amenazante.
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Una noche de estas vamos a cerrar los libros, apagar la tele y el ordenador, acariciar al perro y jugar con ese gatito tan precioso que tienes a “muerdo -muerdo”, que es un juego bravo y bonito; su juego preferido. Y no existirá nadie más en este mundo, más allá de tus ojos, más allá del momento. Tal vez lo mejor sea no charlar de nada y mirarnos como dos bobos enamorados, o puede que ni eso: bastaría simplemente con mirarnos.
Una noche de estas hemos de tomar esa decisión que tanto hemos postergado. Creo que deberíamos elegir la libertad en un mundo mal estructurado y demente, donde se guarda el alma en la billetera y se negocian las buenas intenciones. No me gusta un pelo el desarrollo de nuestra vida en este planeta. Tratamos de ocultar nuestra perentoriedad ahogándola en objetos, mintiéndose de las mil y una maneras imaginables (muchas de ellas inverosímiles), rehusando aceptar la realidad de nuestra poquedad. Tal vez nuestra raíz simiesca nos lleve a comparar, a medir, a tasar, a cotejar las cosas perceptibles, incluidos nosotros mismos. Y todo ello es mentira, no existe, no sabemos percibir la realidad, a la que solamente podemos acercarnos a través de la introspección. Hay un mundo fabuloso dentro de nosotros mismos, un mundo al que podemos fácilmente acceder si logramos aislarnos de lo que se pretende que percibamos. Es un mundo libre. De pensamientos y no de palabras, de satisfacciones tan profundas que te impiden casi vivir de otra manera una vez que logras llegar. Esto, en mi opinión es la mayor proximidad a Dios en la vida. Y lo más asombroso: no puedo ni quiero explicar como se consigue, porque además daría igual, dado que los accesos a este estado son totalmente personalizados. Mi experiencia no le serviría a nadie. Por otra parte, tampoco estoy seguro de haberlo conseguido.
Una noche de estas tenemos que hablar con Dios, pero no como pretenden las oficialidades de la mística, ni como aconsejan u ordenan los profesionales de las religiones. La verdad, suelen ser unos embusteros que viven de eso. Creo, con toda la humildad de las hipótesis propias, que a Dios le sobran todos sus ministerios (aunque, por otra parte, entre las religiones y la barbarie, tal vez me quedaría con las primeras), que no hay que hacer nada especial para llegar a Él: basta con querer llegar de verdad, sin intereses bastardos, sean del tipo que fueran (económicos, políticos, vanidosos, etc.). Tu perro y tu gato tienen a Dios en sus ojos, como tú y como yo, como todos los seres, vivos o no, como todas las cosas perceptibles e imperceptibles. Tal vez haya demasiados templos y muy poco interés en acercarse a Dios. La parte simiesca sigue insistiendo, y en nuestra medicina nos guiamos por la epidemiología, básicamente. Si hubiera que redefinir la epidemiología, habría que llamarla algo así como “el arte de la sistematización del simio pelón”. Apolo era mucho más eficaz, porque se limitaba a curar sin cuestionarse lo que le pasaba al vecino. La medicina es el arte de aplazar el fracaso de la vida, que es la muerte. Por tanto, no deja de ser un “tapamiedos” de los humanos. Y la cirugía es peor aún, pues no se trata más que de la demostración vergonzante de nuestra ignorancia. ¿Y los científicos …?, ¡ah, los científicos!; decía Bertrand Russell que un científico es una persona admirada por todos, excepto por sus colegas. Bueno, pues en la medicina no hay científicos que valgan, sino un sucedáneo llamado científico aplicado. Ciertas ramas de la medicina como la bioquímica, la microbiología, la genética o la inmunología (y puede que otras muchas más) se hacen pasar por científicas puras, pero la realidad es que todas ellas derivan de la física, la química y, sobre todo, las matemáticas, que son las únicas ciencias básicas y verdaderas que se conocen. La bioquímica, por ejemplo, es el arte de la mezcla de las cosas y su indagación, algo así como una cocina psicodélica que demuestra lo evidente: que quien está enfermo es porque está enfermo. La microbiología no es más que una fábrica de minichacinas para decir algo más impreciso aún: que quien está enfermo, puede que esté enfermo. La genética es el arte de la demostración de la fatalidad: que un muerto es un muerto, que un enfermo tendrá una razón para morir, o lo que es peor, que uno que se piensa sano va camino de la tumba. Por terminar la ronda, recordemos la inmunología, que no es más que la demostración de que el que enfermó, enfermó, y de que el que está enfermando, está enfermando. Es una pena pertenecer a un gremio de tan poca luz. Sin embargo, soy tan tonto que me siento orgulloso de pertenecer a él, pues merced a ello he podido comprender lo que en otras profesiones es casi imposible: una buena aproximación a la verdad de las cosas.
Una noche de estas tenemos que quemar todos mis escritos, porque creo que solo me son útiles a mí y no estoy seguro de que merezca la pena difundirlos. También a mí me parece una sandez casi todo lo que leo de otros (empezando por los libros de texto, siguiendo por el Boletín Oficial del Estado y tal vez concluyendo con los best-sellers, en general). Hay lecturas que yo salvaría, como el Quijote, la apología de Sócrates de Platón, las cartas a Lucilio de Séneca, el libro de los deberes de Cicerón y, desde luego, las obras completas de Federico García Lorca. También me agrada el “quod nihil scitur” de Francisco Sánchez y me asombran “the call to glory” de Jeanne Dixon y “animal farm” de Orwell. Y puede que muchos otros más, pero no hace al caso, pues son muchísimos más los que me desagradan.
Una noche de estas me tienes que convencer para que deje de escribir tonterías, que no estoy ya en la edad.
Madrid, 12 de enero de 2005.
Y sigo pensando igual.
Madrid, 16 de mayo de 2022.
Francisco Hervás Maldonado es Coronel Médico en situación de Reserva, Dr. en Medicina y Director del Grupo de Estudios clínicos en Lógica Borrosa. Fue Jefe de Servicio en el Hospital Central de la Defensa y Profesor de Ciencias de la Salud (Universidad Complutense de Madrid). Ha escrito varios libros y numerosos artículos relacionados con Gestión y Matemáticas de la Salud. Entre sus aficiones destaca la música y la literatura.
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