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La “Historia de los heterodoxos antiinfecciosos españoles” es un remedo de la “Historia de los heterodoxos españoles”. En ella, Menéndez Pelayo abordó las conductas extrañas a la ortodoxia católica. Analizó, en 8 tomos, algunas leyendas sobre cismas, librepensadores y demás heterodoxos, que traducían la cultura española de la época. Si cambiamos religión por infección, las leyendas sanitarias son innumerables y solo referiremos algunos ejemplos de los recientes antiinfecciosos españoles.
Las infecciones, especialmente las pestes, han marcado la historia de la humanidad, caracterizada por incertidumbres, fábulas y tradiciones. Cada remedio, fórmula magistral, mercurial o quina, fue referente de varias leyendas. Los progresos científicos del XIX y del XX en el campo infeccioso revolucionaron el mundo sanitario. Se acumularon nuevos remedios y conductas heterodoxas para el control de las epidemias, destacando insecticidas, antimicrobianos y vacunas.
Desde la antigüedad se han utilizado numerosos recursos como humo, incienso, azufre, vinagre o tabaco, para parasitaciones, picaduras o repelentes. Desde las guerras napoleónicas se generalizó el uso de extractos de crisantemos (piretrinas) para piojos y ladillas.
Las vergonzantes sarnas, piojos y ladillas asediaban a los españoles a principios del XX. Laboratorios Orzan (La Coruña), Hazul (Granada) y otros, vendían preparados como “Ladillol” y “Aceyte Yngles”. Proliferaban anuncios con “… parásito que toca, muerto es” o “Todos saben para qué es”. Marcas y publicidad lo dicen todo. En los 40, a pesar de las patentes, se copiaron preparados sin reparo alguno. Al fin y al cabo, Europa estaba en guerra y España en posguerra.
Los insecticidas adquirieron eficacia con la síntesis del DDT en 1874 y el HCH en 1912, pero pronto se olvidaron por su toxicidad. Con los conflictos bélicos reaparecieron y se anotaron avances memorables en agricultura y epidemiología. Un Premio Nobel y millones de vidas salvadas, los avalaron, ¡pero seguían siendo tóxicos! En plena Guerra Mundial se destacaron ventajas del HCH que convenía estudiar.
España de la posguerra, con tifus, paludismo y plagas de insectos fue elegida para experimentar con Lindano, bajo supervisión de ingleses y franceses. Participaron en el proyecto “la erradicación del paludismo”, dirigido por Gil, Blanco, Piédrola y Lozano desde Navalmoral de la Mata al principio del franquismo. La “pertinaz sequía” y el efecto “cazuela” de mejora alimenticia, fueron más decisivos que el HCH, según los críticos de la Campaña. Todo debió influir.
Conocido como “el insecticida español”, arrastró constantes escándalos. En 1944 se registró “Insecticidas Cóndor” en Baracaldo y en 1945, curiosamente, se pidió autorización para producir DDT. Sin embargo, ¡se fabricaba HCH, bajo control del “bando aliado”! en 8 fábricas de varias ciudades. Hasta el año 87 se produjeron 80 mil toneladas y 10 veces más de residuos contaminantes, pendientes de eliminación total. Pese a prohibiciones internacionales, en España se siguieron usando hasta 2007. No en vano se prefiere hablar de pesticidas mejor que de insecticidas.
El prestigio de Marañón, relacionado con Cajal, Junta de Estudios, Ehrlich, sífilis y aristocracia, fueron los ingredientes para proyectar un salvarsán español. Su fabricación se truncó por la aparición del neosalvarsán, un expediente a Cajal y las prioridades económicas del Instituto Alfonso XIII.
En los años 30, España cubrió sus necesidades con las sulfamidas alemanas. Duró poco tiempo. Las guerras y el aislamiento internacional, bloquearon los suministros y la llegada de la milagrosa penicilina. Las Firmas supervivientes hicieron de la necesidad virtud. Destacaron el Laboratorio Experimental de Terapéutica Inmunógena (LETI) y la Unión Química Farmacéutica (UQUIFA) de Barcelona. En Madrid progresaron dos: Instituto Llorente y Productos Químicos Farmacéuticos Abelló SA.
La heterodoxia, el estraperlo y el anecdotario es interminable en esta época. Paradójicamente, España fue el primer país, tras Inglaterra, en producir penicilina industrial, aunque, eso sí, en condiciones discutibles. En LETI, González y Suñer (1943) iniciaron las pruebas y, de acuerdo con UQUIFA, produjeron en 1945 la primera penicilina española: Penicilina LU (de Leti-UQUIFA).
Madrid no podía ser menos. También en 1943, en el Instituto de Biología y Sueroterapia (IBYS), Urgoiti y Uriarte reprodujeron la romántica historia de Fleming. La penicilina obtenida se denominó, por sus apellidos, Penicilina U, inútil por sus impurezas, de la que lograron obtener la Micoina en 1945, comercializada inmediatamente.
Lamentablemente los problemas de patente en ambos casos (Penicilina LU y Micoina), el escaso rendimiento de producción y la dudosa pureza lastraron sus posibilidades. La excesiva demanda en tiempos de aislamiento no permitía reparar en pequeñeces. Pero la presión internacional se hizo asfixiante y fue precisa la intervención del gobierno.
En septiembre de 1948 se convocó concurso entre empresas españolas para fabricación bajo patente extranjera. Ganaron la Compañía Española de Penicilina y Antibióticos (CEPA) y la Industria Española de Antibióticos (ANTIBIÓTICOS SA) ¡que no existía! Esta empresa se constituyó a posteriori ante Notario en 1949, con las siguientes empresas como accionistas: Abelló, Ibys, Leti, Uquifa, Zeltia y Llorente.
A principios de los 50 la industria española suministraba más de seis toneladas de antibióticos al año. CEPA, algunos años después, proporcionaría el primer antibiótico genuinamente español, la fosfomicina, que hoy parece gozar de una “segunda juventud”. Las vicisitudes de los investigadores (Rodríguez, Mata, Olay, Gallego y Mochales), empresa y antibiótico bajo el control de Merck fueron, cuando menos, heterodoxas.
Desde 1970 Merck introdujo en CEPA un programa para búsqueda de antimicrobianos. Destacó la colaboración española en el hallazgo de cefoxitina, de la potente tienamicina y del antifúngico caspofungina. Los rastreos de microbios productores en miles de muestras obtenidas en tierras españolas están repletos de anécdotas. Desde los años 85-90, el número de nuevos antimicrobianos y la participación española crecieron sin parar. Las anécdotas también.
El carácter milagroso de penicilina y demás antibióticos duró poco. Los fracasos obligaron a sortear en los años 60 el tema de patentes con las asociaciones de antibióticos apoyadas por campañas absurdas. “Los antibióticos engordan y no dañan”, “Dos mejor que uno”, “farmapén y no mires a quién”, ….
Eran llamativos, por su composición, los preparados no absorbibles. Por ejemplo, “Bio-Hubber®” llevaba neomicina, estreptomicina, bacitracina y otros, usado para todo tipo de diarreas infecciosas. “Banedif®”, indicado para infecciones respiratorias, llevaba bacitracina, neomicina y tirotricina. Algunos fármacos eran temerarios al asociar tetraciclina, cloranfenicol, penicilinas y macrólidos. Se indicaban para bronquitis, sepsis, brucelosis, ántrax y ¡sarampión, varicela, etc. ¡
Tras muchas historias conflictivas, se prohibieron las asociaciones, pero las excepciones y la lógica obligó a reconsiderar algunas, mejor dicho, muchas. “Flagil”, “Fansidar”, “Cotrimoxazol”, “Augmentine” y tratamientos asociados para tuberculosis y SIDA, son algunos que, lejos de estar abandonadas, gozan de buena salud.
Las vacunas, rumores, fabulaciones y leyendas son inseparables en España. Recuérdese la Expedición Balmis, provocadora de conflictos políticos, económicos y morales, mezclando historia y leyenda. La vacuna anticolérica de Ferrán, plagada de descalificaciones metodológicas, personales y políticas, oscureció sus vacunas antitífica, antirrábica y antituberculosa ¡afortunadamente olvidadas! Ramón y Cajal, con su influencia, encabezó las hostilidades para desprestigiar y desautorizar el laboratorio de Ferrán.
La senda sanitaria española comprendía Ferraz y Moncloa con sus leyendas y corrupciones, no como las de ahora. En el siglo XX, coincidió la 1ª gran Guerra, avances en vacunas y el influyente Cajal en la Junta de Estudios. Entonces (1908) se empezó a construir en la C/ Ferraz el Instituto Nacional de Higiene Alfonso XIII. La dotación de laboratorios, cuadras de vacas y caballos (vacunas y sueros), biblioteca, etc. era envidiable.
Las leyendas que circularon sobre el Instituto fueron inquietantes. Tras insistentes denuncias ciudadanas por riesgos de olores y contagio en calle tan céntrica, se trasladó el Alfonso XIII a la zona de Moncloa. El edificio estaba junto al Instituto Rubio y Galí de Cirugía, que hoy ocupa la “Fundación Jiménez Díaz”. Con el asilo santa Cristina y su pabellón del cáncer, se formó un complejo sanitario, conocido como la “senda sanitaria” del Madrid de entonces.
La llegada de las vacunas antitetánica y antidiftérica despertó la avaricia con serios problemas para Cajal que sería expedientado de nuevo. En el Alfonso XIII, los directivos crearon el Instituto THIRF (Tello, Hidalgo, Illera, Ramón-hijo de Cajal- y Falcó) para comercializar vacunas. Habían dejado fuera a Pittaluga, grave error, que rápidamente creó el Laboratorio Ibys, absorbiendo en 1929 al THIRF. Todos salieron ganando, menos los contribuyentes. Las corrupciones y los bombardeos de la Guerra Civil acabaron con la Institución.
En los años 30 se comenzó la vacunación antigripal en miles de personas con la bacteria H. influenzae. El éxito fue clamoroso hasta que, en plena campaña, se descubrió la etiología vírica de la gripe. No hubo suerte. Tampoco fue oportuno el descubrimiento, tras muchas vicisitudes, de la vacuna contra el tifus exantemático (1949) por Clavero y Pérez-Gallardo. La llegada del cloranfenicol y tetraciclinas acabaron con la enfermedad. Lo mismo ocurrió con la vacuna de Covaleda y Pumarola para las fiebres de los arrozales o leptospirosis.
Poco después, los influyentes Bosch Marín (pediatra) y Pérez-Gallardo (virólogo) protagonizaron la denominada “Batalla de Madrid” en torno a la vacuna anti polio. Los episodios poco edificantes originaron denuncias, enemistades, demoras y serios problemas en la campaña nacional. Las posiciones irreconciliables se heredaron conforme aparecían nuevas vacunas y propuestas. Seguimos debatiendo la implantación de un calendario vacunal único a nivel nacional.
Entre las historias rocambolescas recientes, destacamos el circo mediático de Patarroyo para promocionar desde España su vacuna antipalúdica y los proyectos anti- CVID españoles. En este último caso, tres “quijotes” jubilados del CSIC, con unos pocos becarios, proyectaron ¡¡tres vacunas por separado, subvencionadas por el Gobierno!! La competencia con las multinacionales, millonarias en recursos de todo tipo, fue patética, escandalosa y aleccionadora para futuras leyendas.
En conclusión, cada iniciativa científica española se caracteriza por su dispersión en forma de multitud de leyendas y rumores inútiles. Cuando la gestión cae entre aficionados o políticos, las protestas, bulos y cuentos quedan asegurados. Un mito acompañante de los españoles es su individualismo. No es verdad; las parejas, como mínimo, y los grupos son necesarios para garantizar broncas, rumores y leyendas.
Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.
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