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Aunque el yodo (I) como elemento no se conoció hasta el siglo XIX, desde el XII se citan diversos beneficios médicos de compuestos yodados.
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El cretinismo es un proceso ligado al déficit de yodo, endémico de poblados empobrecidos, aislados en sociedades pujantes, trágico para los niños afectados. El Dr. Marañón profundizó en el conocimiento del problema y su dimensión en España. En 1911 defendió su tesis doctoral sobre “La sangre en los estados tiroideos”, coincidente con la preocupación por la cuestión en Norteamérica y Suiza.
En 1.920 inició la elaboración de un mapa de afectados, detectando focos de bocio y cretinismo en Galicia, Asturias, La Alpujarra y Las Hurdes. Impulsó el viaje de Alfonso XIII a esta última comarca cercada por el hambre, la enfermedad, la indiferencia y el olvido, acompañándole en 1.922.
Describió la alta incidencia de niños deambulando por los pueblos de la comarca con su enanismo, deficiencia mental, apatía, hambre, etc. El drama se agravaba al comprobar el abandono y desidia de sus padres, generalmente también enfermos y analfabetos. Pone en videncia a la sociedad de estos pobres enfermos y a quien profiere el exabrupto “cretino” como insulto.
El librito “Viaje a Las Hurdes”, los informes y crónicas de Marañón, fueron surrealistas y demoledoras, pero se empezaron a tomar medidas. Cien años después, tras conocer el papel del yodo y la corrección de diversos factores, Felipe VI comprobó en su visita- aniversario el feliz cambio.
El descubrimiento del yodo, igual que los halógenos cloro y bromo se hizo a orillas del mar. Courtois aisló y documentó en 1.811 un raro elemento, que aparecía en las salinas junto al cloro, pero no supo caracterizarlo. Otros lo harían por él, como el influyente Gay Lussac, que lo describió y denominó “iodine”, violeta, por el color de los vapores desprendidos. Desde un principio se le asignaron a este elemento las ventajas saludables del mar: algas, pescados y mariscos, ambiente marinero tranquilizante, etc. ¡Un plan recomendable!
Ingestión de yodo. Los requerimientos humanos de yodo se estiman en el entorno de 0.15 miligramos/día, notablemente superiores para lactantes y embarazadas. Las necesidades del elemento se cubren fácilmente con los alimentos. Son ricos en yodo el atún, la langosta y otros pescados y mariscos, pero si necesita un alto aporte no se haga ilusiones y no reclame suplementos de langosta. El médico le informará que también lo logrará consumiendo algas, patatas, lácteos, legumbres, fruta, incluso pan. Y en determinadas zonas se puede garantizar su ingesta condimentando con sal yodada.
La importancia médica de este elemento vital es que entra en la composición de las hormonas tiroideas, imprescindibles en la regulación del metabolismo. Otras indicaciones médicas se centran en el uso como fármacos, antisépticos y desinfectantes de diferentes compuestos
Endocrinología. La importancia médica de este elemento vital es que entra en la composición de las hormonas tiroideas, imprescindibles en la regulación del metabolismo. La deficiencia en yodo, y por tanto en hormonas tiroideas, reduce el metabolismo basal hasta en un 50% y origina el hipotiroidismo. Cursa con fatiga, lentitud mental, depresión, obesidad e hipotermia. No son raros los síntomas asociados de otros procesos carenciales concomitantes.
La afectación en las primeras edades de la infancia suele desembocar en un cuadro de cretinismo con enanismo, retraso mental, sordera, convulsiones, etc. En adultos evolucionaría al bocio, aumento del tamaño tiroideo, cuando la tirotropina hipofisaria (TSH), estimuladora tiroidea, no basta para aumentar la tiroxina en sangre. A su vez, la actividad de TSH depende del nivel de hormona tiroidea, por lo que puede afectarse la hipófisis.
El hipertiroidismo conduce al incremento metabólico basal y reconoce dos causas importantes: exceso de ingestión de compuestos yodados o de producción de hormonas tiroideas. Clínicamente se caracteriza por apetito voraz, adelgazamiento, debilidad, nerviosismo, problemas cardiacos, etc.
Comparando los niveles de TSH y hormonas tiroideas se valora fácilmente el funcionamiento de las glándulas hipofisaria y tirodea, e indirectamente del yodo.
Patología infecciosa. Las aplicaciones más populares están relacionadas con patología infecciosa y microbiología. El yodo tiene un amplio espectro de actividad: bacterias, virus, hongos y protozoos. Se utiliza como povidona yodada (solución jabonosa, pomada y gel), lugol (solución acuosa), tintura de yodo (solución alcohólica) y otras presentaciones.
La más popular, la povidona, conocida comercialmente como “Betadine” es ya una marca considerada “de la familia” por su uso doméstico. Al ser hidrosoluble, no como la tintura, el lavado elimina las manchas de la ropa, que agradecen siempre los sanitarios y madres de familia. El lugol (yodo más yoduro potásico en agua) es el más versátil de estos preparados. Entre otras aplicaciones se ha utilizado en patología tiroidea, potabilización de agua en emergencias, antiséptico, fármaco frente a ciertas micosis y diagnóstico microbiológico.
Otros derivados se han manejado como fármacos específicos con cierto éxito en amebiasis. Aparte de algunos abandonados ya por su toxicidad, destacan el yodoquinol y el yoduro de ditiazonina, eficientes frente a protozoos intestinales.
El yodoformo, de olor parecido al cloroformo, es un curioso compuesto, muy popular desde principios del XX en odontología, ORL y salas de curas. Era tan habitual en las salas de urgencias, anejas a la entrada, que todo hospital ofrecía el típico olor como tarjeta de bienvenida. Por eso el yodoformo es un potente evocador de recuerdos, generalmente desagradables, que numerosos novelistas han recreado en sus relatos. Actualmente está en desuso, salvo para algunos casos citados antes y determinadas indicaciones en veterinaria; todo sea por las mascotas.
Hoy día se tiende a sustituir los halógenos por los alcoholes, de acción más rápida y segura. Pero algunas propiedades de los halógenos y las potenciales asociaciones mantienen, especialmente a los derivados yodados, de plena actualidad.
A diferencia de otros halógenos, siempre se miró al yodo con buenos ojos. Las propuestas oficiales de usar la sal yodada se aceptaron mayoritariamente de buen grado. ¡Qué diferencia con las agresivas campañas frente a la fluoración de aguas! Puede entenderse, porque desde muy pronto se asoció el yodo con la solución de graves procesos tiroideos.
Pero el conocimiento y aceptación popular se hace palpable por sus propiedades antisépticas y desinfectantes. Y si hay recelos frente a algunos compuestos, la povidona yodada los borra. En ningún botiquín puede faltar ese frasquito marrón, con ungüento pardo y olor a vainilla. Hasta A. Huxley llegó a escribir “…ninguna tontería humanitaria acerca del yodo”. Tanto se ha prescrito, que se hizo popular el dicho “Cuando el médico no sabe qué recetar, recurre al yodo”.
Pese a su buena imagen, la realidad es tozuda, no en vano es un halógeno y conviene no utilizarlo en administraciones sistémicas. Cuando se necesita tratar una disfunción tiroidea debe hacerse con control adecuado. Con las consideraciones citadas, el elemento juzgado recibirá el veredicto de inocente.
Médico, fue profesor de varias universidades españolas donde trabajó sobre: diagnóstico, nuevos antimicrobianos, modelos de cultivo continuo y arquitectura de poblaciones bacterianas. Su labor se plasmó en numerosas publicaciones científicas, libros y artículos de divulgación. En Esfera Salud, sus artículos de divulgación sobre historia y actualidad de la Medicina, están dirigidos al público interesado en temas de Salud.
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