Envejecimiento sociosanitario vs envejecimiento biológico 

“Por sus pasos contados la vejez se ha puesto a mi lado y anda conmigo”

Luciano G. Egido (La piel del tiempo)

Parte (I)

Uno de los rasgos más característicos de las sociedades desarrolladas durante el último siglo ha sido el del envejecimiento progresivo de la población. La esperanza de vida al nacer ha cambiado más en ese período de tiempo que en los veinte siglos anteriores. Los avances socio-sanitarios, especialmente los referidos a la medicina preventiva y la salud pública, la mejora de las condiciones alimentarias y el progreso de la terapéutica quirúrgica y farmacológica han producido un considerable aumento de la longevidad haciendo que la esperanza de vida, que apenas alcanzaba los cincuenta años antes de la Segunda Guerra Mundial, haya superado la barrera de los ochenta años en el comienzo del nuevo milenio.

La Humanidad en su conjunto está envejeciendo y, en los países occidentales, la expansión de los grupos de edad de personas mayores de 65 años es cada vez más acelerada. En ella ha influido, además de los hechos apuntados anteriormente, la explosión de nacimientos que siguió a la Segunda Guerra Mundial (la generación del “baby boom” son nuestros mayores de hoy), la paradójica situación, en relación a las etapas anteriores, de las bajas tasas de natalidad actual (no llegan a cubrir en un buen número de países occidentales el llamado “relevo generacional”) y el considerable declive de la mortalidad a edades avanzadas iniciado hace tres décadas.

El envejecimiento ocupa cada vez franjas más amplias en la pirámide poblacional y al hecho de vivir más tiempo, se une el que estos años de más vida sean diferentes.

España no ha sido ajena a la auténtica revolución silenciosa que ha supuesto el llamado “encanecer de las naciones”. Es más, nuestro país se encuentra entre los de mayor esperanza de vida y menor índice de nacimientos y algunos expertos piensan que será el más envejecido del mundo a mediados del siglo XXI, con más de una tercera parte de personas mayores de 65 años. Esto obliga a un cambio de actitud para que la vejez, como señala Vicente Verdú, no sea enmascarada en una anacrónica estrategia formal ni se considere a la edad madura como “un simple trastero lleno sólo de achaques y altos riesgos de gripe, tipos a quienes debe pagársele el autobús y conectarles a la teleayuda”.

Al contrario, es necesario significar que este grupo, al que por desgracia no todas las personas acceden, posee determinados atributos que lo hacen resistente a la comparación con otros segmentos poblacionales. No son pocos los personajes del pasado y del presente de quienes se puede aprender cómo vivir activa y creativamente la vejez, de cómo vivir la vida en su última etapa, llenándola de vida.

En Narciso y Goldmundo, la novela en la que Hermann Hesse desentraña las relaciones entre arte y ciencia, es precisamente en la “apacible ancianidad” cuando ambos amigos alcanzan la plena comprensión el uno del otro: Narciso había representado toda su vida el pensamiento y la ciencia, es decir, la parte racional de la personalidad humana, mientras que Goldmundo se había echado al otro lado de la vida, el de los sentidos, para experimentar que de la sensualidad elevada y sublimada nace el arte.

Autores: José González Núñez (Doctor en Farmacia), Ana Orero González (Médico de Familia)

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