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El envejecimiento, un proceso que dura toda la vida

Parte (III)

Si se atiende a un concepto orgánico y funcional todavía resulta más difícil, por no decir imposible, definir la vejez. Tanto como lo es fijar un momento preciso a partir del cual las funciones del organismo se deterioran. El envejecimiento origina cambios morfológicos y fisiológicos, que dan lugar a una pérdida de la capacidad de respuesta de los sistemas de reserva y una disminución en la capacidad de adaptación al medio de los distintos órganos y aparatos corporales, haciendo más vulnerable al organismo a cualquier tipo de agresión externa y, consiguientemente, a una progresiva mayor morbilidad.

Aunque tradicionalmente este declinar de los principales sistemas orgánicos se atribuía al proceso natural de envejecer, hoy se sabe que, junto al mismo, intervienen otros factores derivados del desuso, de factores ambientales, de haber padecido ciertas enfermedades previas y de los hábitos de vida.

En este sentido, cada vez más se tiende a considerar el envejecimiento como un proceso que dura toda la vida y en cuyo origen intervienen un conjunto de efectos multifactoriales, mientras que se aplica el término más restrictivo de senescencia para denominar la serie de cambios involutivos que tienen lugar en las fases finales de la vida y que conducen en último término a la muerte y cuyo reflejo más llamativo es la reducción de la capacidad proliferativa de las células y del recambio de las células más envejecidas por células jóvenes.

Se han identificado varios de los mecanismos asociados al envejecimiento celular, entre otros: una estimulación del proceso oxidativo, la reducción en longitud de unas estructuras existentes en los cromosomas denominadas telómeros, cambios en el metabolismo energético y en la funcionalidad de las mitocondrias, variaciones en la capacidad inflamatoria y modificaciones de los mecanismos moleculares asociados a la funcionalidad de los vasos sanguíneos.

El envejecimiento es un proceso común a todas las especies que han surgido como consecuencia de la evolución de la vida. El problema es que, para la especie humana, a diferencia del resto de los seres vivos, este común e inevitable destino adquiere una característica muy especial: cada individuo es consciente de que tal proceso existe hasta llegar a ese momento, más o menos enlentecido según los casos, en el que “ya no se tiene mañana, sino solo ayer”, que precede a la interrupción definitiva de su propia existencia.

Esta constatación, aunque percibida de diferentes modos según las personas, en general se acompaña de diversos de diversas reacciones emocionales que varían desde una simple actitud inconformista ante lo inevitable a una insufrible y prolongada desesperación ante lo que puede llegar a ser la “ya no vida”, esa desnudez impúdica por la que asoma la “no dignidad” a la que se refería Vicente Aleixandre.

Autores: José González Núñez (Doctor en Farmacia), Ana Orero González (Médico de Familia)

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